RICARDITO


En la calle del Norte de Ribarroja, había una tienda regentada por Ricardito, por su madre y por una mujer que les ayudaba a llevar la casa y la tienda.
Ricardito era un hombre muy meticuloso, eficiente y trabajador. Muy trabajador. Tanto que, desde muy joven ya se hacía cargo de sacar a su padre, todas las tardes, con el carrito de inválido, a pasear por la carretera. Lo llevaba al corral que tenían enfrente de donde ahora está Mercadona. A su padre todo el pueblo le llamaba el “Baldaet”. Las gentes de mayor edad, cuentan que sus padres se casaron estando el padre ya impedido. Ricardito era primo hermano de María y Matilde, “Les Siñoretes”, que regentaban otra tienda enfrente de la casa donde vive nuestro alcalde Paco Tarazona.
Algunas veces, al cruzarse con algún carro lleno de leña de “fornilla”, como aquellos carros sobrecargaban los laterales, casi no dejaban sitio a los que se cruzaban con ellos en la carretera. De tal manera que, el carrito de inválido y su padre iban a parar a la cuneta. Entonces, Ricardito tenía que pedir ayuda para levantarlos y devolverlos a la carretera, cosa que siempre encontraba quien le ayudase, porque casi siempre se le ofrecían los mismos carreteros que le habían ocasionado la caída con su carro.
Cuando llegaban al corral, Ricardito trabajaba las dos o tres hanegadas de tierra. Recogía las verduritas y algunas frutas de los árboles y cargado con la bolsa y el carrito con su padre, regresaban a su casa, al anochecer.
Ricardito padecía de la vista y, para identificar las monedas con las que las clientas le abonaban el importe de sus compras, se las acercaba a dos o tres dedos del ojo derecho. Aquel gesto era tan habitual en él que los niños del barrio, para jugar a las adivinanzas e imitarle, hacíamos el gesto de acercarnos la moneda al ojo derecho Aquel gesto de Ricardito, a mi me daba mucho que pensar. ¿Cómo era posible que los ciegos identificaran las monedas con el tacto a base de comprobar el tamaño, las estrías de los bordes y otros detalles y Ricardito lo hacía acercándoselas al ojo? Claro, que ricardito no estaba ciego del todo.
Cuando era niño le intervinieron de cataratas en el hospital de Ribarroja. Pero el médico pidió sacar el quirófano en medio de la calle y, a la luz del sol le pudo intervenir con la luz suficiente. Pero, por lo visto no quedó bien de la vista.
Como su prima Matilde la de “Les Siñoretes” tocaba el órgano en la iglesia o en el convento de las monjas, Ricardito, desde muy niño aprendió a manchar con el fuelle para proporcionarle el aire necesario al órgano, para que este sonara. Y lo hacía tan entusiasmado y con tanta eficiencia, que si alguna vez le sustituía otro niño, como manchador, su prima Matilde notaba la diferencia. Nadie le proporcionaba el suficiente aire al órgano. Tanto es así, que cuando se celebró la Fiesta del Centenario de la Iglesia Parroquial de Ribarroja, se contrató a un famoso organista para que ofreciese un buen concierto de órgano.
Cuando le fueron a contratar, lo primero que pidió el organista era que el manchador fuese eficiente en su trabajo. El órgano tenía que sonar a tope para el Gran Concierto que se proponía interpretar. La fiesta lo merecía. ¡Naturalmente! Le prometieron que el manchador sería el mejor que nunca habría tenido y que no le fallaría al proporcionarle aire suficiente.
El organista, antes del concierto quiso conocer al Ricardito, el manchador. Se le quedó mirando y le pegó una palmadita en la espalda. Ricardito se tambaleó un poco, pero reaccionó rápidamente y se enderezó, levantando la cabecita manifestándole su valía y su orgullo de buen manchador.
Llegó la hora del concierto y el organista le advirtió a Ricardito que no le fallase en el fuelle. Ricardito, con cierto afán de manifestarle su seguridad y firmeza ante la duda del Concertista, le increpó firmemente asegurándole que de ello se encargaría él. Sin embargo, del concierto “bien interpretado”, era el Señor Organista quien se debería ocupar. Cuando iba a comenzar, el señor organista saludó al público y se sentó en la banqueta ante el órgano, dio unos golpecitos sobre el tablero del órgano, hizo sonar un par de teclas y comenzó el Gran Concierto, que fue interpretado magistralmente. Cuando llegó el descanso, el Señor Organista se levantó de la banqueta, se colocó en el centro del escenario y, cuando se inclinó para recibir los aplausos del público asistente, mirando de reojo observó que Ricardito estaba a su lado inclinándose y agradeciendo los aplausos, tal como hacía el Maestro.
El Señor Organista le interrogó, increpándole así, dándole un manotazo:
¿Tú, qué estas haciendo aquí? ¡Márchate y escóndete detrás de las cortinas!
Ricardito no se lo pensó dos veces. Se fue detrás de las cortinas y espero su hora.
Después del descanso, el Sr. Organista saludó al público, se sentó en la banqueta frente al órgano y con los nudillos dio unos golpecitos, anunciando al manchador que debía proporcionarle aire al órgano. A continuación pulsó varias teclas, pero el órgano no sonó.
El Sr. organista repitió los golpecitos de rigor, volvió a pulsar las teclas, pero el órgano continuó en silencio.
Por tercera vez, pero un poco más fuerte, volvió a dar con los nudillos en el tablero y, en vista de que el órgano continuaba aferrado al silencio más sepulcral, se levantó de la banqueta y apartando las cortinas descubrió a Ricardito de pié, con los brazos cruzados.
Levantando la cabeza le preguntó: “¿qué es lo que pasa?”.
Ricardito siguió con los brazos cruzados y le increpó al Sr. Organista:
¡Toca!
Entonces, el Sr. Organista, que se sentía en ridículo, le dijo a Ricardito:
-Cuando quieras, Ricardito, comenzamos a interpretar, entre los dos, la segunda parte de este concierto.
FIN
Este cuento ha sido reescrito, por segunda vez, por Francisco Tadeo Molina.
Ribarroja del Turia, 20 de diciembre del 2009.

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