PEDRO CAMPOS "EL MASERO"


Pedro era un hombre enamorado de las caballerías, pero su sentido de la realidad le empujó a comprarse una moto. La moto era potente de la marca Lube y podía alcanzar grandes velocidades. Esto de grandes es un decir, porque en aquella época de 1960 no era lo mismo que en la actualidad. Lo cierto era que viajó mucho en busca de, “Dios sabe qué”. Un día que venía por la carretera Nacional III desde Chiva con un amigo de paquete detrás, al llegar a toda velocidad al “Puente de la Muerte” en la Masía del Baló, no pudo tomar la curva y se lanzó volando de cabeza al fondo de la rambla.
En caliente y sin dar tiempo a que su compañero se despertase del golpe, lo cogió, se lo cargó al hombro, lo subió por el terraplén e hizo parar al primer coche que pasaba. Le pidió al chofer que, por favor, llevase al hospital al pobre herido, mientras él se volvía a bajar al fondo de la rambla a recoger la moto.
El conductor del coche le miró la cara y le dijo:
-Suba usted también al coche, porque necesita ir al hospital como su amigo. Pedro no quería abandonar la moto y se resistió a subir al coche. Pero aquel bienhechor le forzó a subir y les llevó a los dos, diciéndole que tendría que atestiguar por haber presenciado el accidente. No quería discutir con Pedro y se lo llevó engañado.
Cuando Pedro me lo contaba, sentado en el sillón de mi peluquería, me interesé por el accidente, preguntándole que había ocurrido con la moto.
-¿La moto? ¡Ella era lo de menos! Mi cabeza estaba partida en dos y yo no me había dado ni cuenta. Como estaba aún caliente, sólo pensaba en la moto y nada más.
¿Cómo que partida en dos? ¡Explícate, Pedro!
Comenzó a señalar distintas partes de la cabeza medio calva y pude comprobar la cantidad de puntos que en el hospital le habían tenido que coser. Me aseguró que le habían puesto noventa.
Me quedé asombrado al ver la cantidad de suerte que había tenido el día de su salida de la carretera en el “Puente de la Muerte” de la Nacional III, a la altura de la salida hacia Godelleta.
Por cierto, que el puente todavía permanece cruzado en el mismo sitio donde estaba antiguamente. Sólo que la carretera la han desviado y ya no pasa por allí.
Volví a preguntarle por la moto y me confesó que se había destrozado. Que no sirvió, ni para la chatarra. Pero me preguntó algo muy importante:
-¿A que no sabes en qué pensaba cuando iba volando por el aire al salirme de la carretera?
-Pues, no me lo imagino. Dime en qué pensabas, en aquel momento tan crítico, Pedro.
¡Mare meua, qué cudols! (¡Madre mía, que piedras más gordas!)
FIN

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