EL TÍO REGINO
Mi abuelo materno, “El Tío Regino”, compró al “Tío Pedrepiquer” un carrito como los de “mantecaero”. Se dedicó a salir, como era costumbre, los sábados y domingos. Daba la vuelta por el pueblo, durante la mañana, y por la tarde se dedicaba a visitar el paseo de la estación de RENFE, donde habitualmente se paseaba la gente. Sólo atendía la ruleta con caramelos, cacao, altramuces, chufas y regaliz. Nunca vendió mantecados.
En una ocasión que plantaron la plaza de toros en el campo de fútbol, junto a la carretera de Villamarchante, instaló allí la cantina en la que servía los artículos ya mencionados, además de gaseosas y chatos de vino. En un momento en que la vaquilla se empeñó en cornear a uno de los que salieron a la plaza a provocarle, éste corrió hacia la barrera y la vaquilla le tocaba el culo con los cuernos. Faltándole diez pasos para llegar a la barrera, saltó del suelo como una flecha de cabeza entre los barrotes y el pasillo de la grada del público. Se introdujo en la cantina y cayó sobre los cajones de limonadas sin que le ocurriese nada que lamentar. Salió de allí sacudiéndose el polvo y volvió a provocar a la vaquilla como si nada hubiese ocurrido.
En otra ocasión montaron la plaza de toros en la plaza que había frente a la estación del tren, junto a la fábrica de Peiland. Mi abuelo, que entonces ya no tenía el carrito de mantecaero, paseaba por el pasillo bajo las gradas del público con una cesta en cada brazo pregonando: ¡“Cacaueroooo, cacau y corfes”!, una vaquilla se introdujo por entre los barrotes, le corneó por detrás, lanzándole a él y a las dos cestas por el suelo, desparramando todo el cacao, los altramuces y chufas. La vaquilla fue retirada al toril y, mientras tanto, a mi abuelo le ayudaron los Clavarios del Cristo a levantarse, sin ningún rasguño. Los niños disfrutaron de comer gratis lo que recogieron por tierra.
Por la noche, sobre el cuadrilátero instalado en el centro de la plaza de toros, se celebró un combate de Lucha Libre. Antes de comenzar el espectáculo, mi abuelo, habiendo repuesto las cestas de género, se dedicó a vender su mercancía pregonando: “Cacaueroooo, cacau y Corfes”. En el descanso repitió su ronda por toda la plaza y, casi al finalizar el espectáculo, se sentó en la primera fila, junto al Rin. Uno de los luchadores se lanzó sobre el otro, de cabeza, pero el otro luchador se apartó y lo dejó pasar en plancha, cruzando las cuerdas y cayendo sobre mi abuelo y sus cestas de género.
Quedó claro que, a mi abuelo, no le sentaron bien las corridas de vaquillas ni los combates de lucha libre.
En la rambla redonda tenía tierras. Cuando yo tenía ocho añitos, me dijo mi madre:
-Paquito, toma la cesta y llévale la comida al abuelo que está en la “rambla redona”.
Esta rambla está en el término municipal de Villamarchante, al pasar “Perpiñenet”, junto al río. Para mí era una caminata larga, pero en aquellos tiempos “había que obedecer a los mayores, sin rechistar”. Cogí la cesta con la fiambrera de la comida, tomé la carretera de Villamarchante y, al llegar al “Mas de Escoto” (Por cierto, que estos días lo han derribado), cogí la senda junto a la acequia y me dirigí hacia la rambla redonda. Pero como la tentación del demonio estaba en mi estómago (eran tiempos de la posguerra), pensé que debía abrir la fiambrera y oler la olla que había cocinado mi madre. Olía muy bien y quise probar su sabor.
¡Qué buena estaba! O por lo menos así me lo pareció. No se si era por lo bien cocinada o por el hambre que yo tenía, pero me supo a gloria.
Cerré la fiambrera y continué caminando. Cuando llevaba unos minutos recordando lo buena que estaba la olla y chupándome los labios, pensé que no estaría mal volver a probarla. En efecto. Me comí unos garbanzos y volví a cerrar la fiambrera. No sé cuantas veces me paré a saborear la comida, pero al llegar a la rambla, saludé a mi abuelo diciéndole que le llevaba la comida.
Mi abuelo me invitó a que cogiese una azadita que había bajo la higuera y que le ayudase a terminar de quitar la broza de la tabla que estaba terminando. Me puse a su lado y mientras quitaba brozas de las cebollas, le dije:
-¡Abuelo!
-¿Qué vols, Paquito?
-“Me pence, me pence, que l´olla no te sigronz”. (Yo hablaba “Farfalloso”)
-¿Aixó com és, que l ólla no te sigrons? (¿Cómo es eso, que la olla no tiene garbanzos?)
-“¡Abuelo! - Repetí por segunda vez.
- Me pence, me pence, que l ólla no te quereguillez.
-Aixó si que es raro. Que l ólla no tinga sigrons ni quereguiles. (Eso sí que es raro, que la olla no tenga ni garbanzos ni patatas)
-¡Abuelo!
-¿Qué te pasa ara, Paquito dels collons?
-Me pence, me pence que l´olla no te butifarra, ni penca, ni res.
-Entonces, dime Paquito: ¿quina clase d´olla ha fet t´amare?
-Me pence, me pence, que m´a caigut la fiambrera en un muntó de pedrez y no mez ha pogut arreplegar, que el caldo.
Mi abuelo me pegó un pequeño cachete y se dejó la azadita. Se dirigió a la cesta y sacó la fiambrera. Me invitó a beber del caldo de la olla, pero le dije que no tenía hambre.
La familia de mi abuelo Regino tenía tierras, carros, caballerías, varias casas y jornaleros. Pero no se porqué razón, no se ganaba la vida como todo hijo de vecino. Era un mal imitador de los comerciantes de la época, o era un hijo mimado, o quizá no tenía vocación de trabajador.
Por ejemplo: Recuerdo que un día se levantó siendo propietario de una bicicleta. Yo era muy pequeño para saber si la bicicleta era buena o mala, pero era una bicicleta. La cambió por un reloj y luego cambió el reloj por un encendedor. El encendedor, lo cambió por una cajetilla de tabaco, se lo fumó y se quedó sin bicicleta, sin reloj, sin mechero y sin tabaco. Todo eso en el mismo día.
Contaban que quiso comprar una burra a unos gitanos, que le decían que la burra era muy buena y muy trabajadora, pero que no tenía vista. La quiso probar y comprobó lo buena que era. En efecto. La burra tiraba con fuerza y daba la talla como trabajadora. Hizo el trato, se quedó con ella y cuando desaparecieron los gitanos, la dejó que caminara, dirigiéndola hacia el barranco y la burra cayó por la cuesta. No se veía nada. Estaba completamente ciega.
Un día, mi madre recibió la noticia de que su padre iba pidiendo limosna por el pueblo. Así de sopetón, no se creía lo que estaba oyendo.
-¿Cómo te atreves a decirme esa tontería? - Le preguntó a la informadora.
La persona que le dio la noticia era una persona seria y hablaba con propiedad. Le dijo, incluso la forma en que mi abuelo Regino pedía por las casas. Le dijo que cuando pedía la limosna decía:
-“Una limosneta pa l´abuelo Regino que este viache ha tallat curt”. (“Una limosnita para el abuelo Regino, que este viaje ha cortado corto”.)
Mi madre se dirigió a la casa de sus padres, y preguntó a mi abuela Dolores, ¿A´ón está el pare? (¿Dónde está el padre?)
Y mi abuela le contestó:
-“Sen ha anat a la capta”. (“Se ha ido a pedir”.)
Mi madre se fue a la tienda, compró comida, zotal, lejía y otros productos de limpieza para asear la casita que era pequeña. La limpió y le dio de comer a su madre.
Cuando llegó mi abuelo a casa, mi madre le pidió explicaciones y comprobó que los abuelos necesitaban ayuda.
Por la noche le contó a mi padre el drama de mis abuelos. Pero él no se hacía cargo del problema. Se trataba de un caso muy delicado que no quería entrar en el tema de la responsabilidad. Ya vivimos en una casa de mis abuelos, pero fue vendida al Tío Paco Vázquez, para acondicionarla y casar a su hijo Pepe. Con lo cual tuvimos que irnos a vivir a una cueva en régimen de alquiler. Mis abuelos, con su otra hija, su marido y seis hijos, pasaron a vivir a la pequeña chavola. La casita había sido ampliada por el yerno, que era albañil. Cuando el dinero de la venta de la casa se acabó, los dejaron solos y abandonados.
Mi padre sabía que su suegro y su yerno visitaban a menudo el mal llamado bar Cortina, en la esquina de la carretera con la Calle Mayor. (Pues se trataba de una pequeña taberna). También sabía que, últimamente, no acudían a ese lugar a consumir chatos de vino.
¿Cómo iba mi padre a repetir la experiencia de vivir con sus suegros, con el riesgo de que, por segunda vez, nos dejase en la calle? Bastante habíamos sufrido con tener que vivir en una cueva, después de limosna en la cámara de la casa de Boro Belert y Concha la Curra, y finalmente, en la casa de Boro el Vaquero, otro amigo que, por caridad, le había prestado una vivienda a estrenar a cambio de que se la cuidase.
Mi madre, negoció con mis abuelos, para que estuviesen bien atendidos por ella, si le cedían la chavola en propiedad, con escritura de venta. Así mi padre accedería a vivir con ellos y mejorar la chavola. Pues también era albañil.
Una vez instalados en la chavola, con nuestros abuelos, mi padre pidió permiso a RENFE para edificar, junto a la chavola y en la zona más cercana al terraplén de la vía del tren, una habitación grande con su piso arriba. Cuando tenía ahorradas unas pesetas, compraba un par de sacos de cemento de la fábrica de Peyró y con la arena y la grava que recogíamos del barranco, zarandeándola, confeccionábamos unos adobes con los que fue levantando las paredes poco a poco. Como el permiso de RENFE se le terminaba, tenía que volver a pedir otro para poder continuar.
Las viguetas se las confeccionaba con unos atobones que vendían fabricados ex profeso, con unos agujeros por los que introducíamos una varilla de hierro. Una vez colocadas en su sitio, hacía bóvedas con ladrillos, de vigueta a vigueta, adquiridos en el ladrillar que adquiría por docenas cuando podía, con los pequeños ahorrillos. De la misma manera adquirió las tejas para confeccionar el tejado.
De esa manera. Mis abuelos vivieron el resto de sus días con su hija mayor y su familia, bien cuidados.
Mi abuelo se llamaba Regino, pero, su verdadero nombre era José.
Un día, ya cumplidos los sesenta y cinco, Vicente Sevilla, Secretario del Sindicato Vertical, la CENS, le dijo:
-Regino, pásate por la Iglesia y que el Sr. Cura te de un certificado de Bautismo y lo pasas por el Juzgado. Allí te harán un certificado de nacimiento y me lo traes, porque tengo que arreglarte una paga de vejez.
Todos los nacidos o fallecidos en Ribarroja, antes de la guerra, si necesitamos un certificado de nacimiento, o de defunción, hemos de pasar por la Iglesia y pedir un certificado de bautismo o de defunción. En este certificado, dirá el día en que nacimos de forma indirecta y el día que hayan fallecido. Es decir, que dirá el día que nos bautizaron y los días que hacía que habíamos nacido. Porque los archivos del Juzgado fueron quemados durante la guerra.
El Sr. Cura o el Sr. Vicario, quien tenía que expedirle el certificado, no encontraba su nombre por ninguna parte. Primero, porque no sabía cuantos años tenía. Por consiguiente, no sabía la fecha aproximada de su bautismo. Sin embargo, dio un dato que sirvió de referencia. Dijo que cuando tenía que ir a cumplir el Servicio Militar, le tocó ir a Cuba. Pero como la guerra de Cuba se terminó por aquel entonces, se libró de salir de España para hacer la mili.
Entonces, por conclusión, se acercaron a la fecha de su nacimiento, veintiún años antes de terminar la guerra de Cuba.
Allí no encontraron el nombre de Regino, por ninguna parte. No existía. Pero él insistía en que había nacido en Ribarroja y que se llamaba Regino, como su padre y como su abuelo. Reginos todos.
Como le preguntaron si tenía algún familiar directo, contó que tenía un hermano y una hermana que se llamaban Ramonet y Ángeles. Ramonet el Regino y Ángeles la Regina. Claro que aquellos eran sus hermanos que tenían un apellido, que era Molina. De ahí sacaron la idea de buscar un apellido, Molina, que apareciese en las fechas aproximadas a la que se suponía que habría nacido mi abuelo.
En efecto. Apareció un Molina Ferriols, Pascual Baltasar José. No era por tanto Regino su nombre, si no los tres nombres que aparecieron inscritos en el libro parroquial de bautismos.
A partir de entonces, comenzó a cobrar una paga de jubilado, que no era contributiva. Aquella paga llegó a tener el nombre popular de: “la paga de la mujer de Franco”. Y todo, gracias a Vicente Sevilla que se interesó por cumplir con una nueva normativa social para las personas mayores. Que éstas, sin pedirla, se las ofreció a quienes les correspondía.
FIN
Comentarios
Publicar un comentario