EL PONTÓN

La riada de 1957 destrozó el puente del Río Turia, a su paso por Ribarroja. No fue el único puente que destrozó con sus caudalosas y bravas aguas. Sin embargo, en su parte central, quedó casi entero. Es decir, que sólo se llevó los dos primeros arcos, a la entrada, y un tramo de más de veinte metros, a la salida.
Las autoridades locales, convocaron una asamblea de agricultores en el Teatro-Cine Cervantes de la localidad. En ella se les informó que, había muchas dificultades para que se restaurase el puente, o que se construyese uno nuevo, de forma inmediata. Que pasaría mucho tiempo y no se podían esperar. Para recuperar las cosechas y preparar las tierras para la nueva temporada, se había realizado un estudio de la situación y se había acordado adquirir unos cuantos tablones de madera y construir un pontón que permitiese a todos ellos cruzar el río con sus carros.
Uno de los presentes pidió la palabra interrogando a la mesa sobre el coste económico del pontón. Se le respondió que era cuestión de poco dinero. Total saldrían a pocas pesetas por hanegada y que no había motivos para preocuparse por ello. Esas pesetas por hanegada serían muy pocas. Pero entre los presentes, había uno que sacó las cuentas y sí que le suponía un gran coste económico. Tenía muchas hanegadas de tierra y no era cuestión de ponerse a despilfarrar adquiriendo madera para hacer un pontón. Ese agricultor era Ángel, “el Toleta”.
Así que, sin pensárselo dos veces, levantó la mano y pidió la palabra.
Como había otras preguntas de mucho interés para la asamblea, la mesa de presidencia iba respondiendo una por una a todas ellas. La gente quería saber ¿en qué punto del río se iba a construir el pontón? ¿Quién se haría cargo de recaudar los fondos para hacer efectivo el importe de la madera? ¿Cómo sería ese pontón de resistente, para que, en el caso de una nueva riada aguantase la avalancha de las aguas? En fin, que a Ángel que estaba con la mano levantada desde el principio, no se le tuvo en cuenta para darle la oportunidad de opinar sobre lo que a él más le interesaba. La economía.
Ángel “el Toleta” era un hombre muy austero. Su vida transcurría de manera que no se le notaba, a simple vista, la cantidad de riquezas que poseía. Vestía ropas muy remendadas. Calzaba alpargatas viejas. Su carro estaba pidiendo una buena restauración.
Esa imagen de “pobre” está siempre mal vista. Dice la voz popular que “al perro con pulgas todo el mundo le apedrea”. A Ángel no le apedreaban, pero no le hacían ni caso. Todos eran más importantes que él y había que atenderles.
Detrás de Ángel, había un hombre que no soportaba aquella injusticia y gritó pidiendo la palabra para el hombre que estaba con la mano levantada, hacía mucho rato. Ese hombre era Quico Grau.
Quico Grau era un hombre serio, que “no hacía a nadie la pelota”. Se hacía de respetar y, además pedía respeto para quien se lo merecía. Ángel era una de esas personas que, dando una imagen de austero era limpio, honrado y educado, a la vez. Respetaba a los demás, pero, en esta ocasión a él no le respetaban.
Se le concedió la palabra y todos los allí presentes escucharon los motivos que le impulsaban a hablar. Dijo así:
-Yo creo que, si en lugar de comprar tablones de madera y gastarnos con ello tanto dinero, si entre tantos como somos, con nuestros carros, acarreáramos piedras y tierras, podríamos construir una rampa que nos permitiría subir al puente y otra para bajar de él. Así lograríamos cruzar el río y realizar nuestras labores del campo.
Aquellos que no comulgaban con lo que “Toleta” acababa de decir, gritaron:
-¡Fuera “Toleta”! ¡Fuera!
Aquellas voces discrepantes, llenaron el local del teatro y contagiaron a casi todos los presentes, adhiriéndose a la protesta.
Sin embargo, las razones de Ángel no obtuvieron eco en el criterio general. ¿Habría alguien que estaría de acuerdo con lo que él había dicho? Seguro que sí. Pero nadie levantó la voz para manifestar su adhesión.
Lo cierto fue que, pocos días después comenzaron a construir el pontón de madera. Se eligió el punto más adecuado para instalarlo y sirvió durante un tiempo, no mucho, para que los labradores cruzasen el río con sus carros.
Aquel puente duró poco tiempo, porque una avenida fuerte de agua, lo arrastró río abajo, dejándoles sin servicio.
Las autoridades convocaron una nueva asamblea de agricultores y se les comunicó que, ante la mala situación en que las aguas les habían dejado, se hacía imprescindible adquirir nuevamente tablones de madera con los que construir un nuevo pontón.
Ésta vez no proliferaron las preguntas de los asistentes. El precio, el tamaño, el lugar donde instalarlo se lo sabían todos. Sin embargo, se suscitaron observaciones más de tipo protesta que de tipo técnico. La asamblea casi se les iba de las manos a las autoridades competentes, por la cantidad de gente que quería manifestar sus opiniones. Consistían éstas en demostrar que no se habían tenido en cuenta una serie de condiciones del terreno, la altura, o las valoraciones de las avenidas de aguas por lluvias.
Ángel “el Toleta” había levantado el brazo, desde el primer momento y nadie le tenía en cuenta. Todas las quejas merecían sus respuestas o, por lo menos aclaraciones, desde la mesa de la presidencia. Pero a Ángel nadie le concedía la palabra.
Detrás estaba, como la vez anterior, Quico Grau, que se puso las manos delante de la boca en forma de embudo y dando un grito fuerte con un vozarrón que provocó un silencio absoluto, añadió a continuación:
-¡Aquí hay un hombre que hace media hora que levantó el brazo y necesita que le escuchen! ¡Dejadle hablar!
-Que hable “Toleta”. Dijo el moderador.
A Ángel se le atascó la palabra. No acertaba a dar su opinión, porque sabía la respuesta que le iban a dar. Aun así, titubeando, como si tuviese miedo de hablar, ahora que le habían concedido la venia, hizo un esfuerzo de voluntad y aprovechando el silencio tan merecido, pronunció las siguientes palabras:
-Yo creo que, si acarreamos piedras y tierra a fatigas, entre todos, podremos hacer una rampa de entrada al puente y otra a la salida, con lo cual nos ahorraremos mucho dinero prescindiendo de los tablones.
-¡Fuera “Toleta”! ¡Fuera!
Gritaron muchos desde varias partes del patio de butacas y desde la general, contagiando a casi todos de manera que los rumores crecieron y se fueron levantando para salir del teatro. Había finalizado la asamblea.
Quico Grau, se quedó perplejo, porque su posición era muy comprometida. Por una parte pertenecía al grupo de personas influyentes por haber pertenecido a la División Azul. Había sido voluntario (es un decir), para luchar en la Segunda Guerra Mundial en Rusia. Le había explotado una granada en la mano y tenía los dedos de la mano derecha encogidos como si cerrase el puño. Sólo dos dedos, el pulgar y el índice, los podía mover en forma de pequeña pinza. Este hecho le había servido para disfrutar de ciertas influencias y ciertos privilegios.
Quico Grau tenía un bar en el centro del pueblo y se codeaba con lo más selecto de Ribarroja, como uno de ellos. Pero, por otra parte, su carácter abierto, su forma de ver la justicia y su manera de defender al débil, le impulsaban a salir en defensa de Ángel, que era muy rico. No era muy débil, pero lo parecía.
Lo cierto era que él no podía decir cómo se debían hacer las cosas, en el caso del pontón que debía construirse para solucionar el problema de los agricultores. Entre otras razones, había una que pesaba en su contra. Grau no tenía tierra que trabajar. Por consiguiente, si no formaba parte de la mesa y tampoco tenía intereses que defender, dejó correr el problema y levantó los hombros diciéndose que “él ya había hecho bastante con llamar la atención” y que le concediesen la palabra a Ángel “el Toleta”.
Se compraron los tablones de madera y se construyó de nuevo el pontón. Eso sí, procurando acertar mejor, en la forma de construirlo. Sin embargo el nuevo pontón duró menos tiempo que el primero, porque vino otra “riada menor” y se volvió a llevar los tablones que lo formaban.
Así sucedió una tercera vez y una cuarta. Ángel estaba allí con el brazo levantado pidiendo solucionar el problema con las piedras y la tierra que los carros podían aportar en tiempo libre y sin coste económico alguno, (a fatiga) sin lograr convencer a nadie con su proyecto. Naturalmente que, Quico Grau volvió a pedir que se le concediese la palabra, todas las veces.
El cuarto pontón se construyó con el doble de tablones que cada una de las veces anteriores. Previamente se forjaron unos “cimientos de base, de mortero”, que aún se pueden ver. (Allí están para que lo vean todos los incrédulos) y se montó un gran pontón de madera.
-Éste no lo derribarían las aguas del Turia. Se haría viejo, sirviendo, por muchos años a los labradores de Ribarroja-. Se comentaba por allí.
¡Ja, ja, ja, ja, já! ¿Quién ha dicho que no? La “riada menor y la menos menor” hicieron acto de presencia. Los tablones, todos, se fueron a visitar el mar Mediterráneo y se bañaron con agua salada. Ribarroja, tendría que hacer un monumento a Ángel, “el Toleta”, por su inmenso valor para protestar, eso sí, humildemente, cuando los mandamases de Ribarroja le hicieron gastarse muchas pesetas. Inútilmente. A Ángel y a “todos los que pagaron el pato” y la madera de los cuatro pontones que se llevaron las “riadas menores” del Turia.
Doce años después de la riada del 57, se construyó el nuevo puente que actualmente sigue dando servicio a los habitantes de Ribarroja, a los de L´Eliana, La Pobla de Vallbona, Bétera y un largo etc.
Mientras las dos rampas de entrada y de salida del puente viejo, hechas con piedras y tierra, tal como recomendaba Ángel y que se hicieron después del cuarto pontón, están al servicio de todos los que quieran atravesar el río Turia.
Para mejor burla, esas rampas son las que, por cuarta vez, desde al año 1980, han pisado las autoridades de las poblaciones de la ribera de Río Turia, desde su nacimiento hasta la desembocadura en el mar. En esas rampas, de tierra y piedras, se ha celebrado la “Ofrenda al Río Turia”.
FIN

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