PERSONAJES DE LA CALLE


Yo fui un niño de la calle durante mi primera infancia, porque mi padre estaba en la cárcel y mi madre trabajaba de costurera a domicilio. En el Auxilio Social nos daban de comer a medio día a los niños menores de seis años, huérfanos o con los padres presos. Yo me pasaba horas y horas viendo, a las puertas de las casas, a los profesionales que trabajaban en la calle para aprovechar la luz del día. El tío Salvador Tortajada, “Tola”, que estaba herrando una caballería, se paró, se me quedó mirando y me preguntó:
¡Hola chaval! ¿Qué vens de la festa de la mangrana?
Yo no supe qué contestarle, pero ahora comprendo que sería porque llevaría la cara muy sucia.
En los años cuarenta y cincuenta todavía acudían a Ribarroja vendedores ambulantes, profesionales que hacían trabajos en la plaza o por las calles, que pregonaban sus especialidades. Entre ellos, los que más llamaban la atención eran los siguientes:
1-El retratista era un hombre que llevaba un cajón de madera con tres patas largas y un agujero grande del que pendía una tela negra en forma de manga cargado al hombro. Iba pregonando por las calles que “hacía retratos al minuto”. Recordé que siendo niños, en la playa, nos habían retratado a los tres hermanos con mi madre, una vez que habíamos ido a visitar a mi padre el la cárcel. Aquel día, recuerdo que me dediqué a mirar a las gentes que estaban tomando el sol tumbados en la arena y me despisté. Cuando quise encontrar a mi madre, no me fue posible. Fui corriendo por todos los grupos de gente, sin poderla encontrar. En aquel momento, mi madre me buscó y no me encontró a su alrededor, y empiezo a recorrer grupos de gentes y preguntando a todos si me habían visto, explicando cómo era su hijo Paquito. Al fin, nos encontramos y nos abrazamos, llorando los dos.
Aquel hombre del cajón, me recordaba al de la playa. Yo quería que me hiciese un retrato. Me fui corriendo a mi casa y, como no encontré a mi madre, pregunté a las vecinas, como de costumbre, si la habían visto. Me dijeron que se había ido al lavadero. Cuando la divisé lavando la ropa, me acerqué, le tiré de la falda y se agachó para averiguar qué quería de ella.
Le pedí que me hiciese un retrato. Mi madre siguió lavando la ropa y volví a tirar de su falda. Le volví a pedir un retrato y no quiso ni responderme. Insistí, no se cuantas veces, pero insistí hasta que se dejó la ropa junto a la vecina para que se la cuidase y me acompañó a buscar al retratista, para que me hiciese un retrato.
Recorrimos medio pueblo, preguntando a todos si habían visto pasar al retratista. Al cabo de un largo rato de búsqueda, lo encontramos y le hicimos venir a mi casa. Allí, en el corral, nos hizo una fotografía, a mi hermana Lolín y a mí.
2-El afilador, llevaba un carrito, tipo carretilla con rueda grande y a pie, con una piedra de afilar redonda que, para que diera vueltas y afilase los cuchillos tijeras y otras herramientas cortantes, lo dejaba plantado en el suelo y con un pedal de madera y una correa de transmisión le daba mucha velocidad. Afilaba rápido y bien. Llevaba un silbato en forma de tubitos de distinto tamaño, de menos a más, y después de hacerlo sonar a más y a menos, gritaba: ¡”El Afilador”! En la actualidad, el afilador viaja en un coche y silva igual, pero en alta voz, llevando en el maletero un motor y varias muelas de afilar, de distinto tamaño y grano
3-El “Tío Granerer” (escobero) de Cheste, que confeccionaba escobas de palmito, se colocaba siempre en la acera del corral donde actualmente está la heladería Mati, con su macho y “saria” (serón) cargado con palmitos preparados con cordel en forma de cortinas enrolladas. Así le cundía más montar los palmitos en el palo de la escoba. Era un espectáculo verle manejar una hoz especial que le servía para cortar, atascar, arrollar el cordel sobre el mango apoyado bajo el pie y soltarlo poco a poco, mientras con las dos manos iba dando vueltas a la escoba para sujetar la palma y dejarla apunto de barrer. Las mujeres, le traían las escobas viejas y desgastadas, él las desmontaba y reponía la palma nueva y cuando volvían a retirarlas, le abonaban las pesetas convenidas por su trabajo.
4-Venía el reparador de lebrillos de cerámica roja. Los lebrillos se solían romper, pero el que los reparaba, llevaba un taladrador que daba vueltas adelante y atrás, mediante dos correas arroscadas en forma de espiral, sujetas a una cruceta que el hombre hacía subir y bajar. Agujereaba sólo hasta la mitad de la pared del lebrillo a una parte y a otra de las dos piezas rotas. Después, colocaba unas grapas metálicas incrustadas en los agujeros. Así sujetaba las dos piezas rotas, tanto en los lebrillos llanos como en los hondos llamados cósi, donde las mujeres lavaban las ropas de las camas, por tener más cabida.
5-El vendedor de agujas de coser. Cambiaba los alfileres por cabellos. Generalmente, las mujeres se cortaban el pelo muy de tarde en tarde. Cuando se pasaban el peine, siempre sacaban un puñadito de cabellos que se arrancaban de su cabeza, diariamente. Los sacaban del peine, los enrollaban sobre los dedos y hacían un ovillo de pelos. Lo metían en un saquito de tela y cuando pasaba el hombre de los alfileres, los adquirían a cambio de ese cabello. El hombre gritaba por las calles diciendo; “¡Agulles barata moño!”
6-“El llanterner” era el hombre que soldaba con estaño las sartenes de hervir la leche y las lecheras, que eran de aluminio. Antiguamente soldaba las linternas. De ahí su especialidad. Si las sartenes de freír o los calderos, se agujereaban por desgaste, les ponía un parche de plancha sobre el agujero con remaches alrededor. Los ponía tan bien puestos, con tal habilidad y perfección, que el aceite o el agua no se salían por el agujero ni por los remaches.
7-La Paragüera, era la mujer que reparaba los paraguas y se llamaba Joaquina. La Sra. Joaquina vivía en Ribarroja y se portó muy bien con todos los vecinos del pueblo. La gente le apreciaba hasta el punto que una de sus hijas se casó con un chico de Ribarroja, llamado Ramón Hernandez, “El Conillót”. De familia muy humilde pero muy buen chico, del que hablaremos en otro momento.
8-La arenera, era la mujer que vendía arena para fregar las cucharas. Paseaba por el pueblo con su carro y su burra, lleno de arena blanca. Le acompañaba su hijo que no parecía que fuese normal. Venía de Benaguacil o de Liria. No lo pude saber nunca.
9-Los traperos. Por las laderas de los barrancos, principalmente por los sitios donde tirábamos los desperdicios de toda clase, se paseaban, de vez en cuando los traperos. Eran hombres con un saco al hombro al que le iban metiendo todos los trapos que encontraban. También recogían papeles y alpargatas y zapatos viejos. A los niños, para asustarles, les decían que si no se portaban bien, “vendría el hombre del saco y se los llevaría”.
10Aventadores, para aventarse las moscas. Eran unos palitos con tiras de papel de distintos colores, como los pompones de las animadoras del básquet americano, que servían para aventarse las moscas. Entonces había muchísimas que aventar y un hombre, o una mujer, vendía los aventadores. Cuando íbamos al río, con las hojas tiernas de las puntas de las cañas, cortándolas con las uñas a tiritas, nos hacíamos aventadores que duraban el rato de estancia en el río, con los que nos aventábamos los mosquitos. Al día siguiente habían perdido la rigidez de las hojas, quedándose mustias, y ya no servían.
11-El Tío de la porcelana era un hombre de Benaguacil que, en los años cincuenta, venía con un carrito de mano con ruedas de goma, como las de las bicicletas, que vendía utensilios de cocina de porcelana, a pagar un duro a la semana. Se hizo famoso y tuvo un imitador en la persona del Tío Chusepet, que cayó enfermo y cuando pudo valerse, se compró un carrito igual y comenzó a vender artículos de cocina y del hogar por el pueblo. En su casa también se montó una preciosa tienda en la que vendía muchos objetos del hogar y de cocina.
12-El Cerdito de San Antonio lo adquirían los clavarios de San Antonio y le ponían un lazo al cuello con una campanita. Lo soltaban para que viviese en las calles, de puerta en puerta. La gente del pueblo le daba de comer y le respetaba como lo que era. Todo un símbolo del pueblo que había que cuidar y alimentar.
Cuando el cerdo tenía los kilos que se esperaba que adquiriese y, en vísperas de las fiestas de San Antonio, los clavarios vendían numeritos para rifarlo. Así recogían el dinero suficiente para celebrar unas fiestas dignas del pueblo.
Cada año, el número premiado, lo tenían los clavarios. ¿Por qué? Pues muy sencillo. En el saquito donde estaban los números que una mano inocente tenía que extraer uno de ellos y declararlo premiado, sólo había el número repetido que correspondía al que ellos, los festeros habían adquirido. De tal manera que sacase el número que sacase la mano inocente, tenía que ser el que tenían los festeros, porque no había otro número en el saquito.
13-Otro personaje, el “Pellero” se paseaba esporádicamente, y sin fecha fija, por el pueblo. Este hombre compraba pieles de conejo que en los hogares, habitualmente se guardaban cuando sacrificaban los conejos para hacer las paellas de los domingos. Estas pieles al serles despojadas a los conejos, tiernas como estaban, las lanzaban sobre la pared del corral y quedaban pegadas. Así se secaban y, cuando se caían, se guardaban para cuando escuchasen al hombre que las compraba gritando en cada esquina: “Pells de conill, ¿qui te pa vendreeeee?”. (“Pieles de conejo, ¿quien tiene para vender”?)
14-“El porquero” es un señor que venía de Chelva a vender cerditos de cría, todos los años. Iba con un carro con vela. Recorría el pueblo y, generalmente, vendía todos los cerdos que traía. Se enamoró de Ribarroja del Turia, pero también se enamoró de una chica de buen ver, con la que se casó y formó su hogar en nuestro pueblo. Salvador el “porquero” vive entre nosotros y es feliz. Él quiere a nuestro pueblo y nuestro pueblo le quiere a él.
15-El Tío Pedro el de el agua, era un hombre que venía de Villamarchante con un pequeño carro con vela lleno de garrafas con agua. Las llenaba en la fuente de San Francisco, que estaba en el Barranco del “Colaor”, antes de llegar a Villamarchante, a la izquierda. Cuando vendía el agua, para conservar sus garrafas, llenaba con ellas el cántaro o las garrafas que le sacaban las mujeres y mientras tanto te decía un chascarrillo o un verso, que repetía continuamente el mismo.
-“A mi me llaman si sobra, y si no sobra me arrimo, y a la casa que yo voy, si no me lo dan lo pido”.
Un día, nos contó que tenía tres hijos y una hija, que al nacer ésta, el matrimonio se sintió muy feliz porque la niña podría ser la que mejor les cuidase cuando se hiciesen mayores. Pero su hija se enamoró de un chico que, al casarse con ella, se la llevó al extranjero. Se quedaron sin hija que les cuidase en su vejez. Los chicos y sus nueras no les atendían como ellos se merecían. Lo contaba con amargura y desconsuelo.
16Veta blanca o negra. Por el pueblo se paseaba otro vendedor que vendía veta blanca, para coserla a los saquitos de la comida, o para las alpargatas de careta. Esta última era, generalmente, veta negra.
17-Naranjas. En Ribarroja vivía el “Tío Nicasio”, persona muy humilde y trabajadora, que en los últimos años de su vida se dedicó a ir con su carrito a la REVA. Compraba naranjas en el almacén, y las vendía en Ribarroja, paseando por las calles del pueblo. Por aquel entonces, en Ribarroja solo se cultivaban dos o tres campos de naranjos, el del tío Pepe García “el Boticario”, junto al lavadero Nuevo, y el del “tío Racholer”, debajo de las Eras Altas, donde actualmente se ha construído el Colegio-Instituto del Quint. Los demás campos de naranjos estaban situados en las Ventas de Poyo. Actualmente aquellos campos han sido transformados en el “Polígono Industrial del Oliveral.
18-El Tío Chaves, El Tío Plácido y el Tío José, con sus carritos de helados, salían a la calle, en verano y vendían mantecado. En invierno, llevaban el mismo carrito y una ruleta con números, en la que jugaban con los clientes. El juego consistía en darle a la ruleta apostando primero por alguno de los números. La banca siempre la poseía el dueño del carrito. Pero si perdía, pagaba con caramelos la cantidad que figuraba en la ruleta. De entre los tres, el que más famoso se hizo con el mantecado, era el Tío Plácido.
19-“José el Tendre” se dedicó a hacer horchata, desde la posguerra. Ha sido, y es, el que mejor acierto ha logrado en la elaboración de la misma, en toda la provincia de Valencia. Su fama ha llegado muy lejos y le conocen, desde siempre, los que vinieron a veranear a Ribarroja, desde los años cuarenta al construirse “las Casetas “Colonia Diamante”. Cuando los ribarrojenses tenemos que hacerles honores a nuestras visitas que vienen de fuera, lo hacemos con horchata de chufas de “Casa El Tendre”.
En los primeros años de la Colonia Diamante, “Las Casetas”, José, Francisqueta y sus hijos Pepín y Paquita, recorrían las calles de la zona veraniega todas las tardes, para servir la horchata a sus veraneantes, a domicilio, con un carrito y una burrita.
En su horchatería, José ha dedicado toda su vida a tocar el acordeón para animar a la gente que le visita, creando un ambiente agradable. Actualmente, con un acordeón nuevo sigue animando en la horchatería a los clientes. Por las fiestas de la Virgen de la Asunción de Ntra. Sra. patrona de Ribarroja, acude a la plaza con su acordeón y su horchata para celebrar “Una nit de poble”. (“Una noche de pueblo”).
20- Tomates. A la plaza de la Iglesia, venía una mujer a vender tomates y, por los altavoces municipales, se anunciaba diciendo que había venido a Ribarroja a vender buenos tomates, “La mateixa dóna de sempre”. (“La misma mujer de siempre”).
21-Pescaderas. Cuando no había pescaderías en Ribarroja, varias pescaderas ambulantes recorrían las calles del pueblo, con un carrito de mano en forma de bandeja alargada, pregonando las delicias del pescado fresco y las sardinas. Nos proporcionaban el placer de poderlo comer, cada día. Principalmente, los viernes considerados los “días de abstinencia” de carne, aunque los pobres nos absteníamos de carne y de pescado, casi siempre. Al finalizar la mañana y tener que despachar el resto de la mercancía, que no habían podido vender, lo rebajaban de precio. Algunas veces, incluso lo llegaban a regalar, debido a que no existían los frigoríficos para conservarlo. Entre ellas, estaban la Paloma, las hermanas Jesús y Conchín “Les Gatetes”. La Tía María la de “Paco el Moneta”, la Sra. Carmen y su marido.
22-La Tía Asunción la de “La Sistelleta”. Cuando éramos niños, a la puerta del bar del Sindicato, se sentaba una mujer, en una sillita y una cestita delante de sus pies, con caramelos, pirulines (como las piruletas, pero en forma de paraguas cerrado), peladillas, roñosas, sorpresas (canutos con alguna golosina dentro, que siempre resultaba una sorpresa, por estar envueltos con un papel de colorines), sartenes pequeñísimas de lata llenas de caramelo, puro moros, regaliz y otras golosinas que por aquel entonces se fabricaban. Por ejemplo, polvos de pica-pica, metidos en unas cajitas redonditas.
23-La “Tía Camota” era otra mujer que estaba muy gorda, que se sentaba a la puertecita del chaflán de las cadenas del paso a nivel, donde actualmente está la heladería Mati. Esta señora vendía chucherías (golosinas) de todas clases, cacahuetes, altramuces, chufas, regaliz, como la anterior. Hoy las madres les dicen a los niños que “eso son cochinadas”.
24-La Tía “Chichorrita”, que también vendía golosinas, estaba instalada a la puerta de su casa, en la calle mayor, junto al bar de la Cooperativa.
25-La “Tía Isaveleta”, hermana del Tío Ángel Moreno, también vendía golosinas a la puerta de su casa, en la esquina de la carretera con la calle mayor, frente al “Tío Piquero”, (hace poco tiempo, “Librería Calabuig”).
26-Planter de moniatos de Albal. Hasta hace muy poco tiempo, todas las primaveras, a primeras horas de la mañana, acudía en bicicleta a Ribarroja el vendedor de ¡“Planter de moniatos d´Albal! ¡”Planter de pimentóns y tomates”!recorriendo todas las calles del pueblo. Los labradores, salían de su casa, le compraban un manojo o dos de plantel, según sus pretensiones de plantar para el consumo familiar. Había pocos que plantasen en cantidad, para venderlos, porque aquí en Ribarroja no se han comercializado casi nunca, salvo en las puertas de las casas, en pequeñas cantidades.
27-El Tío Pinazo era un hombre muy trabajador. Tan trabajador era, que a las orillas de todos los caminos, plantaba árboles en trocitos pequeños de campos, que, históricamente habían sido abandonados por ser inservibles. Plantaba olivos, almendros, algarrobos, granados (magraners), etc. Era un caso especial y ejemplar.
No descansaba nunca, ni dejaba trocito de campo en blanco. Era como las hormiguitas que no paran.
Le recuerdo, cuando se hizo mayor, que ya no podía trabajar, caminando desde Ribarroja a Villamarchante, todos los días. Primero, andando a dos piernas, luego a tres y, finalmente, a cuatro. Es decir, con cayado, y con dos muletas, respectivamente. Pero todos los días se hacía su larguísima caminata.
28-El hombre que partía las piedras de río a puñetazo limpio, se conformaba con que le aplaudiésemos. No quería cobrar nada por el hecho de hacerlo. Sólo quería exhibir sus habilidades.
29-La mujer que andaba de rodillas, le llamábamos “la baldadita”. Iba pidiendo limosna, y en las manos llevaba unas manoplas de madera para apoyarse en el suelo. Y en las rodillas, una especie de rodilleras burdas, hechas con trapos viejos. Vivía en una cueva, a la otra parte de la vía del tren, entre las calles 1º de Octubre y Santa Ana, hoy tenemos la calle Señera. Paseaba por todo el pueblo de Ribarroja y la gente le daba limosna y la respetaba.
30- El tramusero era un hombre que vendía altramuces. Alto, con la cabeza rapada y viajaba en bicicleta, con su saco al hombro en el que llevaba los altramuces. Generalmente venía algún que otro domingo y cuando terminaba de hacer el recorrido por el pueblo, salía por el camino de las Almas. Apenas podía conducir la bicicleta porque iba borracho. Por lo visto había empinado el codo.
31- Había otro personaje que vendía confitura negra. Por lo visto bajaba desde la Serranía, con un macho con serón (saria) en la que llevaba sus “Chérres” de confitura. Durante un tiempo estuvo sin visitarnos. Después, vino con el macho un chico joven que al preguntarle por el hombre de la Confitura negra, dijo que era su padre, pero que había fallecido y por eso dejó de venir. Sin embargo, el hijo no pregonaba su mercancía como el padre. Éste pregonaba Arrop y tallaetes. Pero vendía el mismo producto que el padre. Además, por lo visto sabía hablar el valenciano.

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