JOSÉ FOLGADO
José Folgado era un hombre inquieto, audaz y capaz de emprender empresas de alto nivel de riesgo. Parecía que su afán de aventura le apasionaba y no dejaba piedra por remover. Toda su vida la dedicó a crear, con mucho entusiasmo, nuevas empresas.
José Folgado fue el primero que introdujo tractores y máquinas de movimientos de tierras en Ribarroja. Niveló campos de secano, en el monte, transformándolos en tierras de regadío, por encargo de sus dueños. Los agricultores regaron con aguas del pozo de “Dalt”, (arriba) situado enfrente del Colegio de las Trinitarias, junto al río. Por medio de una tubería gorda y de varios kilómetros de larga, por el cauce del Barranco de los Moros y con un potente motor elevaban el agua al pie de la montaña del “Frare”. Después recorría medio término con acequias de riego a partir del punto más alto.
Posteriormente se perforó un pozo en la “Cañá de la Siñoreta”, junto a la cantera que entonces se llamaba de Aridelsa, y todas las tierras transformadas de la montaña se suministran del nuevo pozo, ahorrándose tenerla que subir desde tan lejos. Actualmente la Sociedad de Regantes ha construido una balsa-depósito en la cumbre de la Montaña del Frare, que permite regar por goteo todas las tierras transformadas en su día por Folgado y, posteriormente por otros tractoristas que han seguido su ejemplo.
A mediados de los años sesenta, José Folgado compró una zona de montaña pegada a Ribarroja, lindando con la otra parte del Barranco de los Moros. Con su audacia adquirió, de la Hidrográfica del Júcar, los permisos para cubrir el barranco por medio de un túnel que dejase pasar las aguas de las avenidas de lluvias desde la montaña hacia el río. Sobre ese túnel depositó las tierras del desmonte y formó con ello una zona para edificar viviendas.
José Folgado no era un genio, pero tenía ideas que asustaban a muchas personas. Entre ellas, a las mismas autoridades locales.
Cuando tenía que realizar alguna de sus genialidades, procuraba adquirir los derechos legales, para no caer en el ridículo de tener que retroceder ante los impedimentos que sus superiores le podrían poner para evitar que las realizase. Actuaba como si la vida le propusiese retos por delante, que debía afrontar con toda la valentía y entusiasmo, empleando su sabiduría y su carácter emprendedor.
La gente del pueblo sabía que Folgado era un hombre con influencias en las altas esferas de la Nación Española. Dicen que perteneció a la Guardia de Franco. Se le notaba en su manera de comportarse en todo o casi todo lo que hacía.
Aquello de cubrir el barranco con todo el desmonte, era una locura que no compartían los miembros de la corporación municipal, entre ellos el mismo Sr. Alcalde. ¿Cómo se las iba a ver de gordas, para edificar allí, sin la ayuda de las autoridades? Aquello valía un pastón. ¿Y si después no se vendían los terrenos? Los requisitos imprescindibles sí que los tenía. Pero la capacidad de promoción que requería la venta de la gran cantidad de patios edificables, le supondría un esfuerzo que no sería capaz de realizar.
¡Folgado estaba loco! Él esperaba que el ayuntamiento le ayudase a construir un puente sobre el túnel para atravesar el barranco de los Moros. Ese puente sería la arteria que comunicaría el pueblo con el nuevo barrio que Folgado se proponía crear. Tuvo que costeárselo todo él. El Ayuntamiento le dio la espalda. Bastante había hecho con que le habían concedido el permiso de obras.
Cuando Folgado presentó al Ilmo. Ayuntamiento su obsequio, se le rieron en la cara.
-¿Qué dices? ¿Qué regalas al Ayuntamiento unos terrenos, completamente gratis, para que construyamos allí una Guardería infantil? Claro. Y el Ayuntamiento te los acepta y te promociona con ello todos los patios colindantes. ¡Tira para allá! ¿Qué te crees que en este Ayuntamiento estamos tontos? ¡Ya te apañarás! Métete esos terrenos donde te quepan.
José Folgado ya se lo esperaba. No le vino de nuevo el rechazo de la corporación municipal. Sin embargo, su proyecto estaba bien enfocado. Quizá mal encaminado. Eso sí. Pero él sabía que podría realizarse de esa forma.
Sin pensárselo dos veces, se dirigió al Sr. Cura Párroco, le hizo la misma oferta y le fue aceptada de inmediato. Cura y coadjutor, estudiaron la oferta de José Folgado. La vieron factible y se pusieron en marcha para crear un Patronato, con el fin de hacer, a partir de las Escuelas Parroquiales, ya existentes el la localidad, una ampliación del Centro Parroquial de Enseñanza.
No resultó fácil de realizar, pero El coadjutor hizo un estudio minucioso sobre el empadronamiento de la localidad de Ribarroja, su situación laboral, comercial, industrial, etc. etc. Se crearon las bases del futuro Patronato Asunción de Ntra. Sra. y a partir de ese requisito, se proyectó lo que iba a ser una guardería infantil. Naturalmente, bajo el paraguas protector y el visto bueno del Arzobispado de Valencia, del cual depende nuestra Parroquia Asunción de Ntra. Sra.
Una vez realizado el proyecto, se presentó al Ministerio de Educación. Se buscaba una subvención que permitiese la realización del proyecto, con el mínimo coste económico, para los bolsillos de la feligresía parroquial.
Junto con la delegación del patronato, o por pertenecer al mismo, José Folgado fue a Madrid. Incluso es posible que sus influencias sirviesen de palanca de apoyo para ser mejor atendidos en el Ministerio de Educación Nacional.
-El proyecto es válido, pero, lástima que sólo soliciten Uds. la guardería infantil. Si se pudiese contar con algo más de terreno, se podría ampliar la demanda a otras dos áreas más de la enseñanza. La básica y la media-. Comentó el funcionario que les atendía.
-¿Cómo ha dicho? ¿Tenemos ocho hanegadas de terreno y aún hacen falta más? ¿Cuántas más?
-Tres hanegadas más y pueden ampliar la solicitud hasta las tres áreas de enseñanza: infantil, básica y media. A partir de ahí, los alumnos ya saltarían a la Universidad, directamente. Con once hanegadas se puede hacer un gran proyecto y serles aprobado todo en bloque.
Los miembros de la delegación del Patronato, se quedaron mirando a José Folgado y éste, sin esperar a que le hiciesen la pregunta de rigor, les dijo:
-¡Adelante! ¡Contad con las once hanegadas! Una vez puestos, vamos a por todas.
A partir de ese momento, el mecanismo cerebral del coadjutor se puso en marcha. Una marcha acelerada, comprometida y entusiasta. Aquello era un sueño que podía hacerse realidad con el trabajo. Trabajo en equipo de todo el Patronato y sus inmediatos colaboradores. Había que movilizar a las fuerzas técnicas del Arzobispado, de la Parroquia y de las Escuelas Parroquiales, desde donde saldría la levadura que hiciese fermentar un gran complejo educativo.
Se realizó el proyecto, se revisaron todas las cosas que se debían tener en cuenta para salvar los posibles escollos que pudiesen surgir en el proceso de presentación y, si Dios hacía su papel de mediador, cosa que nadie dudaba, la cosa saldría adelante. El éxito de la empresa estaba asegurado. ¡Que sería aprobado, vamos!
Una vez estuvo apunto y en estado de revista, la Comisión del Patronato se desplazó a Madrid, visitaron el Ministerio de Educación y depositaron sobre la mesa el trabajo realizado, para que les fuese aprobado y, posteriormente, subvencionado.
-¡Ho! ¡Qué fatalidad más tonta! –Dijo el funcionario al revisarlo-.Esto no lo podemos aprobar, tal como lo han elaborado. El sistema por el que se les tiene que aprobar es el que ha funcionado hasta ahora. Y lo malo es, que este sistema finaliza mañana. Se ha cambiado la ley de La Enseñanza. A partir de mañana comienza el nuevo sistema de enseñanza, con la nueva Ley, que no se atendría a los requisitos que se han tenido en cuenta para realizar este proyecto.
El susto fue morrocotudo. Todo el trabajo que habían hecho, quedaba inútil. Aquello no servía para ser aprobado ¿Se tendría que volver a comenzar de nuevo?
No. El problema era sencillo, pero muy costoso. Había que desdoblarse todo el proyecto en dos. Es decir, que un proyecto de solicitud debía ser destinado a la enseñanza de los chicos y otro a la de las chicas. Separados uno del otro, pero complementarios en un solo edificio. (Los lectores de este relato que sientan la curiosidad de comprobar este dato, pueden situarse frente al edificio central del Instituto. Desde allí verán que, en el centro de su fachada hay una puerta por la que se accede al Centro de Enseñanza. Si entráramos por ella, nos encontraríamos a la derecha, las oficinas y a la izquierda, el despacho del director, salón del claustro y otros. Por esa puerta central no acceden los alumnos. Para ellos existen dos puertas laterales, una para los chicos y la otra para las chicas. La de la izquierda con la conserjería y la escalera para subir a las aulas. La de la derecha con la capilla y su correspondiente escalera, lateral, de acceso a las aulas instaladas en los altos del edificio).
Con estos pequeños datos, tenemos suficiente como para demostrar que el edificio está compuesto por dos institutos. Uno para chicos y el otro para chicas. A la práctica no resulta ser así, pero, como el sistema de enseñanza por el que se tenía que aprobar el proyecto estaba anticuado y por esa razón hubo que reformarse, el proyecto de Instituto había que adaptarlo a la ley vigente, hasta esos momentos.
El descontento les duró unos minutos. La Luz Divina les iluminó de repente y se puso en marcha un plan para realizarlo en veinticuatro horas. No se podía retrasar.
Por teléfono se comunicó al Sr. Cura, la necesidad de adaptar el texto de la solicitud, a las exigencias del Ministerio de Educación, en cuestión de poquísimo tiempo para que les fuese aceptado como válido. De momento le pedían que preparase una cantidad determinada de folios en blanco, con el cuño de la Parroquia y su firma, para realizar el trabajo en el que emplearían toda la noche. Así no tendría que ser molestado. Para ello, se hacía imprescindible reunir, en las Escuelas Parroquiales, a todos los chicos y chicas que dominasen la mecanografía y, con su máquina de escribir, acudiesen esa noche, voluntariamente, para trabajar.
Así se hizo. Tomaron el avión, se personaron en Ribarroja y procedieron al desdoblamiento de las solicitudes con la colaboración de un gran equipo de jóvenes. Aquella noche, el Sr. coadjutor tuvo que coordinar a todos, para que los folios preparados con el cuño y la firma del Sr. Cura Párroco, salieran de las máquinas de escribir sin fallos que pudiesen interrumpir el proceso. Quien desarrolló un importante papel esa noche, fue el entonces Director de las Escuelas Parroquiales. A primeras horas de la mañana, salieron de nuevo para Madrid, con el trabajo hecho. Lo presentaron y les fue aceptado en el Ministerio de Educación.
Pasó un tiempo de espera, durante el cual, se puso en marcha el mecanismo de recaudación de fondos económicos, mediante aportaciones voluntarias de diversa índole.
Uno de los sistemas de aportaciones fue el de donativos a fondo perdido que las personas, familias y grupos o entidades locales quisiera contribuir. Para ello se abrió una suscripción voluntaria, supongo que, por medio de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, en la sucursal de Ribarroja.
Otro sistema, que funcionó muy bien, fue el de cuotas mensuales de pequeñas cantidades, (creo que fueron de veinticinco pesetas), también a fondo perdido. A este sistema se suscribieron muchas personas y familias, por tener una vinculación o adhesión al sistema de enseñanza religiosa, bajo el paraguas de la Iglesia Católica.
En tercer lugar, se abrió un sistema de venta de acciones, que ya había sido adoptado anteriormente, en la adquisición del Teatro Cine Cervantes. El sistema consistía en vender unas acciones por un valor determinado, (creo que eran de mil pesetas cada una) y mientras el comprador no necesitase venderlas, le irían produciendo unos intereses equivalentes a los que se podían obtener en los bancos o Cajas de ahorros. En caso de necesidad, el propio Patronado se las compraba al interesado recuperando éste el valor íntegro, sin ninguna penalización. Es más. Los que las vendimos por necesidad, renunciamos, casi todos, a recibir los intereses devengados con el tiempo. Cuando el Patronato dispusiese de fondos, iría retirando las acciones del mercado hasta liquidarlas todas, por orden de sorteo.
En muchísimos casos, los accionistas que por sorteo tenían que venderlas, las regalaban al Patronato. Lo concedían como a fondo perdido.
Anécdotas las hubo de todos los colores, pero al autor de este relato no le corresponde contarlas. Se aprobó el proyecto con ocho millones de pesetas de subvención, a fondo perdido, por parte del Ministerio de Educación Nacional Español. Comenzaron las obras, y se construyó el Nuevo Instituto, con un coste total de once millones de pesetas. Es decir, que Ribarroja y sus colaboradores, aportamos los tres millones de pesetas para cubrir el coste del edificio. Pero…
Los terrenos habían sido donados, interesadamente, si se quiere decir así, para que nadie se ofenda, por José Folgado. Este hombre, que desde el primer momento cuidó que las cosas saliesen como él se lo había propuesto, al fin logró sus objetivos. Pero no de inmediato. Los terrenos colindantes se vendieron, pero muy lentamente y con ciertas dificultades. Había muchos impedimentos que no debo desvelar porque me son desconocidos en parte. Pero sé de buena tinta que algo gordo se fraguaba, o había sido forjado, desde las altas esferas municipales, que el día de la inauguración del Nuevo Instituto. La verdad es que ocurrió algo inesperado.
Salieron las autoridades camino del Instituto, con el Sr. cura y los acompañantes de rigor, para efectuar la inauguración. Al llegar a la zona donde había que cruzar el Barranco de los Moros, por la calle de Joan Martorell, se encontraron con un gran montón de tierra que las máquinas del Sr. Folgado habían depositado en medio del Puente del barranco. No pudieron seguir hasta el Instituto. Hubo que retroceder y bajar en busca de la Calle Mayor, recorrerla de regreso, hasta la Carretera de Valencia, y cruzar el Barranco por el puente del Trinquete, hasta la calle 1º de Mayo, entonces Eras Altas, y subir hacia el Instituto cruzando la vía del tren sin paso a nivel. Atravesaron el terreno rústico destinado a patios y el Sr. Cura bendijo el edificio. Después, retrocedieron por el camino pedregoso y rústico.
FIN
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