EL PRÉSTAMO


Para casarnos, tuvimos que instalar nuestro nuevo hogar en un piso, en régimen de alquiler. Como mi esposa es una mujer que economiza mucho, con nuestros pequeños ingresos cubría todas las necesidades del momento. Desde el álbum de fotos de la boda, pasando por las tres persianas que tuvimos que adquirir, una radio, la olla a presión la cafetera, el televisor, el alquiler del piso de trescientas cincuenta pesetas mensuales, etc. Muchas cosas que en aquel momento nadie podía adquirir con ingresos similares a los nuestros, Carmen se hacía con ellas.
Habíamos sido padres de una niña, que falleció a los seis días de nacer, y un año después ya éramos padres de la segunda hija, asistida por la mejor comadrona de Valencia. Debo decir que, dicha comadrona nos cobró el servicio muy por debajo de los honorarios que habitualmente cobraba a sus clientas de alto nivel económico. Le habíamos dicho que no teníamos una economía sólida pero que teníamos miedo de perder otra criatura por ser pobres, en manos de la Seguridad Social, como había ocurrido con nuestra primera hija. Los abuelos se ofrecieron para ayudarnos, pero salimos del paso sin su ayuda.
Era tal el sistema de economía que utilizaba mi esposa, y sigue utilizando, que por mucho que cuente de ella, me quedo corto. Sin embargo no comemos mal, sino todo lo contrario. Ni evitamos gastos imprescindibles, como son la ropa propia, la del hogar, los productos de limpieza, las necesidades básicas en general, todas ellas las cubre con no más de un sueldo medio bajo, desde siempre. Ha habido veces que me he quedado asombrado de lo mucho que economiza. Pero cuando me cuenta su secreto, llego a entenderla y comprendo que, así cualquiera.
Si en alguna ocasión “me he ido de la lengua”, las personas que me han oído decirlo dicen que algún secretillo habrá por el medio que lo justifique. Puede que tengan razón en pensar así. Pero el secretillo es muy sencillo. El método que utiliza es el siguiente: Cuando recibe los ingresos, lo primero que hace es partirlos por la mitad. Una de las dos partes se la guarda, para disponer de ella cuando se le presente algún imprevisto. Y si no se presenta ninguno, se acumula sobre las mitades de otras veces. Con la mitad disponible, para cubrir gastos dice que se apaña, como si no recibiese más. Se ajusta a esa cantidad, convencida de que con ella se puede vivir bien.
Si alguna vez se ve forzada a salirse de esa cantidad, no hace el ridículo diciendo que no puede afrontar el sobre gasto imprevisto. Pero tiene que ser verdaderamente necesario hacerlo, porque si no lo es, reacciona diciendo que eso no es preciso. Y “no hay nadie que la saque de sus trece”.
Con ese método de administración, pronto se planteó ella que, el alquiler era un gasto horroroso, que podríamos evitar, si lo destinábamos a la adquisición de una vivienda en propiedad. Hipotecándola, claro. Nos dedicamos a buscar el piso que se adaptase a nuestras necesidades. Y, cuando ya casi teníamos decidido adquirir uno que estaban construyendo, en la calle San Antonio, donde posteriormente se instaló Persianas Campos, para que lo adaptasen a nuestro gusto, coincidió que, habiendo fallecido su abuela materna, heredaron, una cantidad pequeña de dinero. Cuando su padre, viudo, decidió hacer el reparto de la herencia, mi mujer le convenció para que, con lo poco de cada uno de los cuatro hermanos y con un préstamo bancario, derribase la casa vieja donde vivían y trabajaban en su taller de carpintería en la planta baja y se construyesen un nuevo taller y, por lo menos, dos viviendas en las dos plantas superiores.
Mi suegro consultó con sus otros tres hijos, solteros, y decidieron iniciar el proyecto. Solicitaron un préstamo en la Caja de Ahorros y otro en otro banco. Como había que derribar la casa, su padre y sus tres hermanos se instalaron con nosotros, padres ya de una hija recién nacida, en nuestra vivienda. Como la carpintería se cerró, ellos no tenían ingresos. Con los nuestros sobrevivimos los siete, mientras derribaban y construían el taller y los dos pisos, durante casi un año que duraron las obras.
Como ya existía el terreno de la casa familiar, hubo que hacer los planos, instalar los servicios imprescindibles y la propia construcción, el presupuesto se elevó a cuatrocientas mil pesetas en total. Pero aún así no se podía terminar la casa porque el préstamo del banco les fue denegado. Nos enteramos de ello cuando estaban los albañiles decididos a dejarse la obra sin terminar. Eso sí. Habían habilitado, por iniciativa de mi suegro, dos habitaciones del segundo piso, para que cuando ellos se instalasen en el primero, en ellas nos instalarían a nosotros con nuestra pequeña hija.
Fue domingo cuando nos enseñaban la obra casi terminada y mi mujer, esa noche no podía dormir. Su inquietud le podía y su reacción no se hizo esperar. Me pinchó y me hizo saltar. Como el piso que habíamos visto hacía tiempo, su precio estaba por las ciento setenta y cinco mil pesetas, y en este caso, la parte a desembolsar sólo era de cien mil pesetas por cada uno de los hermanos, nuestras necesidades de vivienda quedarían cubiertas. Y economizábamos setenta y cinco mil pesetas. Pero como faltaba para terminar una pequeña parte, por falta de recursos familiares y su padre y hermanos ya se habían comprometido en un préstamo de la Caja de Ahorros, ¿Qué pasaría si nosotros nos comprometíamos en otro préstamo, que cubriese el final de la obra terminada y lo aportásemos, ya que nos facilitaban lo que aspirábamos a conseguir? Esto es, una vivienda propia, pero junto a la familia suya. De momento pedimos que volviesen los albañiles y que terminasen el piso con todo lo proyectado. Nosotros buscaríamos el dinero que faltaba y lo pondríamos a cuenta del reparto final. Merecía la pena.
Ese mismo lunes, había entierro, y como la idea estaba digerida, había que informase de cómo estaba el asunto del préstamo. Pedí información a la persona que podía dármela. Se trataba del cajero de la Caja Rural Local de Ribarroja.
-Nada, eso está fácil-. Me dijo. -Sólo hay que solicitarlo y, en quince o veinte días te lo aprueban y ya puedes disponer inmediatamente del dinero.
-Pero, es que yo no soy socio de la Cooperativa Agrícola. Como no tengo tierras ni soy agricultor…
-Tranquilo. Te haces socio y solicitas el préstamo. Te lo aprueban y adelante. Tu tranquilo, que te lo digo yo.
Ese mismo día me acerqué a la Caja Rural. Me hice socio de la Cooperativa Agrícola, y rellené la solicitud del préstamo. Me quedé más tranquilo que unas pascuas. Llegué a casa, lo comuniqué a mi mujer y ella a su padre y hermanos. Los albañiles ya habían reanudado la terminación de la obra. Todo iba sobre ruedas. O por lo menos estaba bien encaminado todo, para que la cosa saliese como estaba previsto en el proyecto inicial.
Pasaron unos días y los albañiles terminaron la obra y había que abonarles el importe de lo acordado, pero el préstamo no lo habían aprobado. El hermano mayor de mi mujer, se inquietaba porque es un chico muy formal y había dado la palabra al constructor de que cobraría nada más terminase la obra. Por tal motivo visité la Caja Rural y pregunté qué es lo que pasaba con mi préstamo. Si es que faltaba algún requisito que me lo dijesen y procuraría solucionarlo, si de mí dependía. Me invitaron a pasar al despacho del director. Me recibió con muy buena disposición. Parecía que me lo iba a aprobar en el momento que saliese de su despacho.
Pasaron los días, las semanas y cuando ya me daba vergüenza tenerle que pedir disculpas al hermano de mi mujer, decidí volver a visitar la Caja Rural. Me vieron tan preocupado que decidieron hacerme un gran favor. Me otorgaban el préstamo pero en condiciones diferentes a como estaba solicitado.
El hecho era el siguiente: como a mí me interesaba coger el dinero, cuanto antes, me lo daban, pero por medio de financiera. Es decir que como no me había sido aprobado por la vía regular, un capitalista al servicio de la Caja Rural, me lo prestaba a un interés muy alto, de momento, por tres meses. Mientras tanto se suponía que ya me habrían aprobado el préstamo solicitado y canjearíamos con él éste de financiera.
Yo no entendía en qué consistía el tema de financiera, pero como me hacía falta el dinero, había que tomarlo al precio que fuese y salvar el compromiso adquirido.
Pasaron los tres meses y el préstamo regular no me había sido aprobado todavía. Hubo que renovar, por financiera, para tres meses más.
Pasados éstos, continuaba sin serme aprobado y tuvimos que renovar por tercera vez.
Por fin, antes de finalizar estos últimos tres meses, me anunciaron que me había sido concedido el préstamo regular, solicitado hacía casi nueve meses. Con lo cual, los meses de financiera se llevaron tanto dinero que me sentí estafado. Pero pensé que había tenido mala suerte y me tragué el problema.
Un día recibí una notificación para asistir a una asamblea general que se celebraba en el bar de la Cooperativa. Escuché cosas que me llenaron de angustia. No sabía yo que aquellas cosas ocurrirían en mi pueblo. El hecho al que me refiero es el siguiente:
El Sr. Alcalde, acusaba a José Folgado, allí presente, de “haber sacado un préstamo de once millones de pesetas, de la Caja Rural y no las había devuelto”. Alguien pidió la palabra y dijo: “que Julio Navarro, el de la fábrica de viguetas, había obtenido otro préstamo de ocho millones de pesetas, y tampoco lo había devuelto”. La empresa había cerrado por quiebra.
José Folgado pidió la palabra y respondió al Sr. Alcalde, lo siguiente:
-“Es verdad que yo he tomado un préstamo de once millones y no lo he devuelto. Pero los terrenos edificables que tengo para vender y no los he podido vender, valorados en veinte millones, se los doy a la Caja Rural para que los venda y se cobre con creces las deudas. Y no los quiere tomar. En ese caso yo pagaré el préstamo en la medida en que vaya recuperando el dinero con las ventas de los terrenos”.
Y acto seguido. José Folgado preguntó al Sr. Alcalde:
¡Tú te llevaste un millón de pesetas para un amigo tuyo! ¿Por qué no lo has devuelto?
Claro. Aquel espectáculo público a mi me sentó fatal. Un pobre como yo había tenido que esperar la aprobación de un simple préstamo de setenta y cinco mil pesetas, durante nueve meses, y estos señores hablaban de millones y más millones. Folgado era primo hermano del Director, Julio Navarro, de la fábrica de viguetas, amigo del director de la Caja Rural y el Sr. Alcalde, Jefe Local del Movimiento de Ribarroja.
Por aquellas fechas, los habitantes de Loriguilla, se enteraron de la manipulación de los millones de la Caja Rural y sacaron todo el dinero que tenían depositado en dicha Caja, dejándola sin fondos.
El Sr. Director, salió de viaje hacia Madrid, para solucionar problemas de la Caja Rural de Ribarroja, y falleció de accidente de tráfico.
La Caja Rural Local quebró y acudió en su auxilio la Caja Rural Provincial de Valencia y absorbió el problema, saneando las cuentas de los socios, en la medida de lo posible. Algunas de las propiedades de la Caja Rural Local, pasaron a la Caja Rural Provincial de Valencia, en pago de la deuda a sanear.
Un día, en el sillón de mi peluquería había un señor de Ribarroja llamado Juan Soler, que me escuchaba cuando yo me lamentaba del atraco sufrido por la Caja Rural Local. Este señor me dijo, sin querer decir nada.
-“Como yo era interventor, junto con D. Julio Pérez, me sospechaba algo de los chanchullos que se suponía que se estaban fraguando en la Caja Rural. Me interesé por averiguarlo y, al intentar entrar en el despacho del director, me impidieron la entrada porque él había dado orden de que no le molestase nadie. Como no pude entrar, les pedí el saldo de mi cuenta, la dejé a cero y me fui a comunicárselo a D. Julio Pérez que retiró inmediatamente su saldo de la Caja Rural. Así evitamos que manejasen nuestro dinero”.
Entonces, yo le pregunté: Si ustedes los inspectores, abandonan el barco sin avisar a la tripulación, y el barco se hunde, ¿Qué cree que puedo yo pensar de la gente capitalista y de la que quiere serlo, sin valorar el mal que pueden hacer a otros?
FIN

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