EL PASTOR


En la masía de Montes, allá por los años 1948, había dos rebaños de ovejas. Uno de ellos, de un tiempo a esta parte, comenzó a dejar de ser rentable. El Señorito Pelegrín, uno de los dos dueños, llamó al despacho al encargado, el tío José “el Sucre” y le dio órdenes para vender este rebaño que, por dar poca leche, pocas crías y porque el guarda rural de la zona lo multaba a menudo por meterse demasiado en los sembrados, había que quitárselo de encima, cuanto antes.
El tío José no quiso tomar la decisión de vender el rebaño porque ese rebaño era tan bueno como el otro. Comenzó a explicarle al Señorito que, el problema estaba en el pastor que siempre había sido muy bueno, pero cuando su joven esposa cayó enferma y falleció al poco tiempo, éste comenzó a caer en depresión y a fallar en el cumplimiento de su deber como tal. El pobre chico se había refugiado en el vino y comenzó a beber a todas horas, para olvidar su drama. Hasta se olvidaba de comer. Su perro pastor, le abandonaba para ir en busca de comida fuera del corral, porque al lado de su dueño se moría de hambre. El pobre perro adelgazó tanto que lo llamaban “El Caleso”, por lo flaco que estaba. Lo único que comía era de las migajas de los jornaleros que acudían a trabajar a la masía. Eso que eran tiempos de la posguerra y la comida escaseaba mucho.
El señorito Pelegrín no escuchaba al encargado el relato que éste le hacía sobre el pastor y sus problemas, e insistía en que debería venderse el rebaño.
El tío José le hizo una propuesta al Señorito:
-Déme cinco o seis meses de tiempo y le demostraré que el rebaño es tan bueno como el otro.
Convencido el señorito Pelegrín de que el encargado podría equivocarse y entonces decidiría venderlo, aceptó la propuesta. Total, por un poco más de tiempo, podía aguantarse. El tío José era un buen encargado y no valía le pena discutir con él porque era de total confianza y llevaba los asuntos de la masía muy bien.
En efecto. El encargado cambió a los pastores de rebaño. Al pastor del rebaño bueno lo destinó al rebaño malo y viceversa. Pasado medio año, el rebaño malo se hizo bueno y el rebaño bueno se hizo malo.
Entonces, el tío José “el Sucre” pidió hablar con el señorito Pelegrín para explicarle las causas del cambio realizado y sus consecuencias. Esta vez, el señorito Pelegrín sí que escuchaba con interés el relato del encargado.
Decía el tío José: Este chico, al refugiarse en el vino, deja de ordeñar las ovejas que dan algo de leche y estas abandonan a sus crías. También descuida a las ovejas que requieren del macho y estas no quedan en estado. Además, no se ocupa de llevar el rebaño por los pastos y se meten en los sembrados.
Entonces, el señorito Pelegrín le pidió al encargado una solución para el problema de los rebaños. Las cosas no podían quedar así. ¿Había que despedir al pastor que no cumplía con su deber? Si respetaba al chico porque era un buen pastor, pero estaba condicionado por el vino, ¿cómo solucionar el problema?
El tío José pidió tiempo para poder inspirarse y encontrar una solución positiva. No debían precipitarse.
Por aquel entonces, yo tenía nueve o diez añitos, y fuimos a la masía de Montes, a recoger aceitunas. Formábamos una cuadrilla de diez o doce chicos de distintas edades. Los lunes íbamos a pie y nos quedábamos allí durante toda la semana, durmiendo sobre la paja, en las caballerizas, donde más calentitos estábamos. La comida nos la llevaban los hombres que iban y venían todos los días en bicicleta porque nuestras madres les acercaban el saquito de los almuerzos, comidas y cenas a sus casas.
En la cuadrilla no todos éramos chicos. Había una chica que se llamaba Maruja, la hija de la Sra. María la guardabarrera del paso a nivel, que había junto a la masía de Montes y un perro sarnoso y flaco, al que le llamábamos “El caleso” que comía de las migajas que le echábamos. Era el perro del pastor que siempre estaba empinándose la bota del vino. Nos daba lástima. Pero la chica no se comportaba como tal, sino que era como un chico más de la cuadrilla. Parecía que era tonta e inocentona y no tenía en cuenta sus formas como mujer que era. Se comportaba como un chico más, pero con falda. Su falta de precaución podría excitar a los chicos. Porque los había maduros que se fijaban en Maruja, como mujer.
El problema no tardó en aparecer. Maruja comenzó a ser asediada por uno de los chicos de más edad y ella lo toreaba como si no fuese con ella la cosa del atractivo sexual. Es más, cuando el chico la rodeaba buscando aceitunas donde no debía, ella notaba que le buscaba para otras cosas que ella no parecía que sospechaba ni aceptaba, de entrada. La chica le escabullía y los demás chicos nos divertíamos como si viéramos que el gato quería cazar al ratón y siempre se le escapaba.
El muchacho se puso tan enloquecido en conseguirla que se conquistó a unos cuantos compañeros para que la sujetasen cuando él les diese el aviso. Para ello, les regaló un capazo de aceitunas, a cada uno. Entonces él aprovecharía la indefensión de la muchacha para lograr su propósito.
En efecto, cuando el chaval dio el aviso, varios de sus compañeros de cuadrilla, se abalanzaron sobre Maruja, la sujetaron de pies y manos y cuando el chico se disponía a lanzarse sobre ella, se les escapó y echó a correr, como una loca, diciendo que aquello les podría traer un “pompo miso” (compromiso). Ese día Maruja no volvió a reunirse con la cuadrilla.
Pero aquel hecho no pasó desapercibido para el tío Hueso, el pocero, que desde el pozo iba siguiendo los hechos que acababan de ocurrir.
El tío José no pudo dormir en toda la noche. Tenía un problema gordo que solucionar, con el pastor, y acababa de salirle otro problema que le desbordaba la capacidad de resolución. Se levantó temprano y tomando la bicicleta se desplazó al paso a nivel de la masía de Montes. Antes del primer tren llamó a la tía María. Le dijo, de entrada, que Maruja no fuese a recoger aceitunas que tenía otro trabajo para la chica y pedía hablar con ella, inmediatamente. La verdad era que no sabía qué trabajo asignarle a Maruja, pero se le ocurrió decir algo y lo dijo sin pensar.
La tía María llamó a Maruja, diciéndole que el encargado quería hablar con ella. Cuando apareció en la salita, el tío José le preguntó de sopetón:
¿Qué te pasó ayer con los chicos, en el campo de aceitunas villalongas, Maruja?
La chica se puso erguida y respondió sin pestañear:
-¡Nada! No ocurrió nada, porque yo no dejé que ocurriese absolutamente nada.
-Cuéntanos la verdad, Maruja, porque a mi me dijeron que los chicos te tiraron al suelo, te sujetaron y te querían…
-Eso sí que es verdad. Unos cuantos me sujetaron y el más pequeño de todos me cogió de los pelos de ahí abajo y decía: ¡Safranet!, ¡safranet!, ¡safranet! Se pensaba que mis pelos eran de azafrán. Y como todos se rieron de él, al quedarse sin hacer fuerza sobre mis piernas y brazos, me escapé de ellos y no volví por allí. Por eso no pesamos ayer mis aceitunas. ¿Verdad, madre, que vine antes de comer a casa?
-Eso también es verdad, tío José. A mi me extrañó que terminase tan temprano.
-Entonces, ¿No pasó nada más? ¿Y aquel que quería hacerte…?
-¿Aquel? Si fuese otro que yo me sé… Pero a ese yo no le iba a consentir nada de eso. Además, que se lo dije bien clarito. ¡No, que nos vendrá un pompo miso!
-Si fuese otro que tú te sabes… ¿Te refieres al pastor, Maruja?
-Sí, al pastor. Le quiero y me gustaría hacer todo con él.
-Maruja, dijo el tío José, ¿te gustaría hacer de pastora con ese pastor y hacerle compañía a su perro “el Caleso?
-¡Sí, tío José! Me gustaría porque es un buen chico y él y yo nos queremos, de verdad.
El encargado informó de todo lo ocurrido al señorito Pelegrín y Maruja fue contratada para ayudar al pastor. Se hizo pastora.
Mientras tanto, como Maruja no venía a recoger aceitunas al campo, y “el Caleso” tampoco apareció a comer con nosotros, uno de los chicos que se llamaba Pepe Sanchis, “el Cacaua” se inventó una cancioncita que decía:
Maruja porta la olleta,
El pastor porta els ferrets,
Y “el Caleso” les astelletes
En el seu debantalet.
La cuadrilla de recolectores de aceitunas, nos aprendimos la cancioncita y la cantábamos a menudo para estimularnos en el trabajo.
En la masía de Montes, no tardaron en anunciar que el pastor y la pastora se casaban. Y el día de la boda, en el convite, el señorito Pelegrín pidió silencio, levantó la copa de vino y dijo:
-Nuestro buen pastor, el novio, sólo bebe vino durante las comidas. Las ovejas del rebaño malo, ya nos aseguran más de veinticinco nuevas crías. Además, muy pronto todos los días ordeñarán, entre el pastor y Maruja, más de tres cántaros de leche. El guarda dice que el rebaño malo ya no se mete en los sembrados. Para terminar, les anuncio que Maruja va a ser madre. En hora buena a todos y agradecemos al tío José “el Sucre” su buen hacer como encargado de esta finca. ¡Que aproveche!
FIN
Este cuento ha sido reescrito por francisco Tadeo, el día 28 de diciembre del 2009, para recitarlo en la semana cultural del 2010.

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