REJILLA PARTE III
Roturas y remiendos
Las roturas de las rejillas, si son por desgaste, con el tiempo se forma un hundimiento en el tejido, en la parte más desgastada, generalmente más en los asientos que en los respaldos. Se van rompiendo fibras, poco a poco y el tejido va cediendo de manera que la recuperación se va haciendo imposible. Hay que quitar todo el tejido y confeccionarlo de nuevo. Sin embargo, si la rotura es accidental y de tamaño reducido, el remiendo es posible. Así lo concebí, desde un principio, cuando el accidente me sobrevino de repente.
Un día, utilizando el antiguo sillón de madera y rejilla, se rasgó el asiento. Aunque los tres sillones “de tipo americano” motivaron la retirada de aquel sillón, aún lo conservaba como mueble de uso doméstico.
En un principio lo tenía en el taller de la trastienda de la barbería y lo utilizábamos para acomodarnos en él como un mueble más, junto a varias sillas. Pero en caso de emergencia, algunas veces lo utilizábamos en la barbería, por aquello de que nos era útil para dar cabida a un cuarto operario en momentos de abundante trabajo en “días de barba”.
Cuando más veces lo utilizábamos era cuando mis tres hijas llegaron a ser aprendices de la peluquería, porque mi hermano, tras más de diez años como socios, se había independizado, como relojero, para casarse. Mis nuevos alumnos Miguel y José, habían dejado de asistirme por razones de crisis. Entonces, mis tres hijas comenzaron a ver de cerca el mundo laboral y comencé a enseñarles el oficio. Llegaban momentos en los que éramos cuatro trabajando en el mismo salón y éste “rico sillón” tenía que recuperarse para dar cabida a todos.
Para atender a los niños, desde siempre hemos utilizado unas banquetas de madera que lo mismo se utilizaron para que mis hijas siendo niñas se subiesen sobre ellas para llegar a remojar las barbas, como para suplementar sobre los asientos para elevar a los niños. Eso sí, había que colocar un tablero sobre la rejilla, para protegerla y evitar su rotura. Una de las veces, como dice la voz popular, “tanto va el cántaro a la fuente…”, no colocaron el tablero y la rejilla se rasgó, al sentase el chabalín. Se “hizo un siete”.
Me dolió mucho porque, para mí, siempre ha sido como una pieza de museo y, todavía nos era útil, como auxiliar. Me tomé aquello como un nuevo reto y lo remendé, en dos ratos que me tomé libres. El sistema que utilicé fue el de doblar las fibras sobre las que se habían roto, haciendo lo que en costura se llama un zurcido. Lo había visto hacer a mi madre en la ropa y me pareció fácil.
El sistema del zurcido consiste en coser el remiendo desde unos puntos antes de la rotura hasta unos puntos después de la misma. Se comienza en horizontal, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Después, se repite en vertical de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba. Una vez se ha tejido las dos capas, se realizan las diagonales y la rejilla queda fuerte.
Así remendé algunas rejillas que sus propietarios/as me presentaban con roturas accidentales. No era necesario eliminarlas y tejerlas enteras, de nuevo. Bastaba con remendarlas. Con lo que permite el ahorro de tiempo y la economía.
Uno de los encargos que me hicieron fue de una silla de comedor de las que se llaman de alto nivel de calidad. La silla había sido agujereada por la pata de otra silla que se había introducido dentro del tejido de la rejilla del respaldo. Las sillas eran tapizadas y era una verdadera lástima que, por aquel simple agujero, el resto del juego de sillas quedaba desmerecido en su conjunto. Lo restauré con el método del zurcido y quedó tan disimulado que el dueño me abonó el doble de lo que le pedí por el remiendo. No se notaba en absoluto.
l remiendo de zurcido que más me encantó realizar, fue el de la mecedora de mi madre, que mi hermana y su familia conservaban en la caseta de la montaña. El día que me enseñaron la caseta, vi la mecedora allí en un lugar donde habitualmente se sentaba en ella mi hermana para su descanso habitual. Me fijé en el asiento que estaba casi como el día que la tejí. Sólo que, el asiento tenía una pequeña rotura, del tamaño de una almendra, en el punto en que descansa la rejilla sobre la punta del travesaño en forma de U al lado derecho del asiento. Ese travesaño, cuando lo monté, no me di cuenta de que le di la vuelta y, la punta del mismo sobresalía un centímetro del nivel de la rejilla. Naturalmente que, al sentarse, la rejilla sufría el desgaste que la madera del travesaño le producía.
Aquel pequeño agujero lo remendé con el sistema de zurcido. Después le di la vuelta al travesaño y ya no rozaba la rejilla. Espero que dure cincuenta años más sin romperse, porque aún está para durar.
Rodillos y médula
Esta rejilla la fabrican a máquina y es igual que la artesana. Sólo que la fibra es de distinta calidad y por el uso tiene tendencia a romperse más. La venden en rollos como si de alfombras se tratara. Las hay de distintos anchos. Desde cuarenta centímetros, de cincuenta de noventa, etc. Actualmente se fabrican de distintos modelos de dibujos. Se corta del rollo una lámina de unos centímetros de sobra y una vez colocada se le corta el sobrante como deshecho. Se coloca a presión sobre un recalado, hecho a máquina sobre el marco en el lugar de los agujeros, donde previamente se le ha puesto cola blanca. Su colocación estriba en hundirla dentro del recalado y se la presiona, mediante tacos, sobre una médula que ejerce presión sobre las paredes del recalado. Hay que ponerla en remojo previamente, para evitar que se rompa al introducirla en el recalado.
Las primeras veces que la vi, colocadas en sillas y mecedoras modernas, me quedé impresionado, Me pregunté ¿Cómo se montaría aquella rejilla y de dónde la podría adquirir? Algunos encargos que había recibido, de rejilla industrial que se les había roto, tuve que rellenar el recalado con masilla confeccionada con aguaplast y cola blanca, colorearla con tierra de colores y, a continuación, realizar los agujeros para tejer la rejilla artesanal. Tenía que decir que aquello era lo único que se podía hacer para restaurarlas.
Un día, en el programa de la 2, de TVE Bricomanía destinado al bricolaje de muebles, vi cómo hacían la limpieza del recalado después de retirar la rejilla rota y cómo montaban la pieza nueva a presión encolándola previamente. Me quedé maravillado por la sencillez de la operación. “Me lo habían servido en bandeja”.
Busqué la rejilla en Bricolaje Moreno y no me supieron dar información. Seguí buscando y la encontré en una ferretería de la calle de Cuenca o de Jesús, en Valencia, pero la médula no me la sirvieron porque la desconocían. Me aseguraron que los carpinteros la utilizaban para los radiadores de calefacción, o en parabanes, colocándola con el sistema de grapado.
Entonces llamé por teléfono a un representante de muebles que se había hecho cliente de mi peluquería. Le consulté sobre el tipo de médula que yo había visto en los muebles de rejilla modernos, y que en TV había visto colocar para restaurar un asiento de silla. Se interesó por ayudarme a encontrar dicha médula y pocos días después, me llamó para anunciarme que lo había encontrado en un taller donde la colocaban en muebles nuevos antes de salir de fábrica. Se ofreció a traerme un paquete de médulas, por una pequeña cantidad de dinero, que yo le aboné cuando me las sirvió.
Sin embargo, al intentar utilizar el tipo de herramientas que se utilizaron en el programa mencionado, éstas no dieron el resultado apetecido. Se trataba de utilizar pinzas de tender la ropa para atascar la médula, pero la madera es muy blanda y se rompe fácil. Tuve que buscar madera de gran resistencia, confeccionarme unos tacos y hacerme un rodillo metálico, como si de un “corta pizzas” se tratase, pero más grueso y no cortante. Así pude introducir la rejilla en el recalado, sobre la cola y después la médula, con la ayuda de los tacos a martillo.
Aquel sistema funcionó muy bien mientras me duró la médula. Pero una vez se me acabó, aquel representante había dejado de venir. Había caído enfermo y tuve que llamarle para que me informase de dónde había adquirido la médula para ir yo a proveerme de ella, puesto que él no iba a volver por mi peluquería. Me dijo que se trataba de una nave industrial, donde se dedican a montar rejillas en los muebles nuevos. Se trata de un pequeñísimo pueblo llamado Lloch Nou de
La silla con rejilla industrial, me la regaló un señor que me visitó para encargarme su restauración. Cuando le hice el presupuesto, me dijo que me la quedase para mí, porque le pareció que no merecía la pena gastarse el dinero restaurándola. Otras personas, se llevan los muebles para tirarlos a los contenedores del bioparc. Esto suele ocurrir cuando no se aprecian el mueble a restaurar. ¿Las causas? Son muy diversas. Por ejemplo, aquellos muebles heredados, por los que no sienten ningún cariño por ellos careciendo de interés en conservarlos, o por habérselos encontrado junto a los contenedores de residuos sólidos y creen que por poco dinero los pueden restaurar y servirse de ellos. Pero la realidad es que el profesional de la artesanía valora su trabajo mucho más de lo que ellos estarían dispuestos a invertir en la restauración.
A mí, esta silla, me gustó mucho porque se trata de un modelo que figura en una de las películas de Charles Chaplin filmada en 1916. Chaplin hace una parodia con un grupo de sillas del mismo modelo, cargándose más de diez de ellas, sobre uno de sus hombros. Además, es un modelo de silla que te lo encuentras en muchos bares de España. El diseñador que lo inventó, acertó al crearlo y se ha convertido en clásico.
Me causó un gran impacto el hecho de conocer que unos especialistas en la rejilla industrial se dedicaban a colocarla en los muebles nuevos. Además, también atendían encargos de restauración de rejillas artesanales, tal como yo lo hacía. Desde entonces me hice cliente de este taller, para adquirir la rejilla industrial, para la médula y para las fibras para tejer la rejilla artesanal. Me he ahorrado mucho dinero comprándosela a éste nuevo proveedor. En la calle de las cestas donde hacía muchos años que la adquiría, me la cobraban muy cara. En la rejilla industrial, las reparaciones se pueden realizar igual que en la artesanal. Es el mismo tejido, aunque de diferente calidad.
Cabezales de camas
Un día, al entrar en la nave mencionada de Lloch Nou de
Cuando llegué a mi casa lo comenté con Carmen y con mis hijas. Les anuncié que algún día les obsequiaría con un regalo de rejilla como aquella. Sólo hacía falta que los hermanos de mi mujer, que son muy buenos carpinteros y ebanistas, me hiciesen los muebles ex profeso.
Como noté que mis hijas se ilusionaron con aquella idea, cuando tuve la ocasión lo hablé con mis cuñados. La idea la asimilaron y les ilusionó colaborar en el proyecto. No obstante, tardé en encargárselo, por aquello de que primero tendría que mirar y estudiar la fórmula utilizada por los autores de aquellos cabezales que había visto, y conseguir unas ideas básicas al respecto.
Cuando menos me lo esperaba, un día, mis cuñados me sorprendieron anunciándome que los cabezales para las camas de mis hijas estaban en marcha y querían que les informase de los detalles básicos para realizarlos, de forma adecuada, para que la rejilla se alojase tal como debería hacerse.
Me puse en contacto, por teléfono, con mis nuevos proveedores y les anuncié que mis cuñados me estaban confeccionando los muebles de cabezal. Les anuncié que les visitaríamos para que me informasen de las bases artesanas, para su confección.
De entrada me anunciaron que no contase con ellos para dicho cometido, porque no me iban a facilitar ninguna información. Me sorprendió aquella negativa tan radical. Pero no me extrañó, porque en el mundo del mueble, la cerámica y la indumentaria, el diseño se cotiza tanto que, en ocasiones se le considera, como “modus viven di”. Tiene tanto interés el diseño como la fabricación. La innovación facilita la continuidad en la forma de ganarse la vida.
No obstante, me acerqué con los cabezales y con mi cuñado Paco, a enseñárselos y demostrarles que no tenía intenciones de competir con ellos, por la vía industrial o profesional. Que sólo se trataba de un capricho de padre, para ofrecérselos a sus hijas, y nada más. Pero no hubo nada que hacer. Me negaron cualquier dato que me pudiese servir para iniciarme en aquello tan difícil para mí. Nos pareció lógico, pero nos quedamos muy frustrados porque, a partir de aquella negativa, ¿Qué podíamos hacer, con aquellos cabezales?
Los muebles ya estaban casi terminados, sólo les faltaba la distribución de los agujeros y la forma en que yo debería instalar las fibras, para ir formando capa sobre capa.
Volvimos a casa con el “rabo entre piernas”. No hubo manera de convencerles de mi “ingenuidad artesanal”.
Con el mueble sin los agujeros, comencé a ensayar la colocación de las fibras, pero sin ellas. Me serví de tachitas clavadas que mis cuñados me facilitaron, y a ellas, les arrollaba hilo fino para ensayar. Hice ensayos “por un tubo”. Me forré de valor, para no perder la paciencia, y me dediqué a poner y quitar tantas veces como fórmulas se me ocurrían. No me volví loco, pero poco faltó. Los días pasaron y los ensayos y los errores se multiplicaban como por arte de magia. Ya no me quedaban ideas ni fórmulas que ensayar y, por fin, un día me acordé que uno de mis clientes que ya había fallecido, Expedito Tomás Balbastre, en su casa tenía un mueble con rejilla que me podía ser útil como modelo
Se trata de un centro de los que se colocan frente al sofá. Una mesita que, debajo del cristal, tiene una rejilla de adorno, con un medallón de madera ovalado en el centro de la misma.
Lo pedí prestado a Trini, la viuda de Expedito, y le coloqué encima del cristal un listón que lo dividió en dos partes. Cada una de ellas, es exactamente como el cabezal de la cama de mis hijas, a tamaño más reducido. Entonces me salieron las cuentas. Aquello comenzó a funcionar.
La fórmula estaba clara. Tenía que ser así y no había manera de mejorarla. Por supuesto que, con el mueble adornado con tachitas e hilos bajé al taller de carpintería y lo enseñé a mis cuñados. Cambiamos impresiones, sacamos las conclusiones de aquel aparente entramado de hilos, decidimos conjuntamente dónde agujerear y el mueble quedó en condiciones de colocar la rejilla.
Lo “demás fue coser y cantar”. Bueno, no era tan fácil como se dice. Tuve que acoplar las tácticas y la técnica a las fibras, que, por momentos se negaban a ser repartidas equitativamente. No se fiaban de mí y se salían de la línea en la que yo les indicaba. Pero no me quitaron el sueño. Las fui acoplando de tal manera que, la primera capa que había sido la más fácil de todas, fue albergando a la segunda con alguna dificultad. Las dos capas diagonales no se parecían en nada a las diagonales de un asiento de mecedora o silla. Eran diagonales con sus curvas hechas a modo de líneas onduladas, porque tenían que obedecer al diseño inicial. No se podían enlazar sin la curvatura original. Las dos capas básicas mandaban y ellas se amoldaban obedientes.
Tuve la suerte de que aquellas fibras eran largas y me permitían enlazar el largísimo espacio que hay, desde una parte a la otra, en la zona exterior del abanico abierto.
Uno de los dos muebles, tiene un travesaño al centro con lo que en vez de un abanico, salían dos abanicos a medio abrir. En él se formaron dos tipos de enrejado. Como una de mis hijas había decidido que sus tíos se lo hicieran con el travesaño en medio, le consulté para que viese cuál de las dos partes le parecía la mejor. Para deshacer la otra y hacerla como a ella le gustase. Entonces me dijo que le gustaban las dos. Así que no deshice ninguna y las dos partes son diferentes, pero han quedado bonitas las dos.
Vixcam una nit de poble
En Ribarroja del Turia, celebramos, dentro de las fiestas de
El primer año que se celebró esta feria pensé que yo podría participar en ella. Podía aportar mi experiencia de rejillero y mi antigua barbería. Así sería uno de los feriantes. Al año siguiente me decidí y participé en ella. Mi sorpresa fue que, las cámaras de Canal 9 me visitaron, junto a la puerta de
Unos días después, me llamaron pidiéndome hacer un reportaje. Me indicaron que no pertenecían a Canal 9, sino a una empresa llamada
Lo primero que hice fue preguntarles ¿cuánto me iban a pagar por ello? Me contestaron que nada, porque el reportaje no estaba vendido. Ellos lo filmarían y lo almacenarían para ofrecerlo después. Entonces les pregunté: ¿Si me regalarían una copia? Me aseguraron que sí y les dije que me interesaba. Me prometieron una copia en bruto y otra en limpio, cuando estuviese limpiada y a punto de ser emitida. Pensé que si hubiese tenido que contratarles para que me filmasen un reportaje, mi dinero me habría costado. Así, gratuitamente, me vino de perlas que se me ofreciesen.
El día de la filmación llegó y, a primera hora de la mañana, se presentaron el cámara, la realizador, y el técnico de luz y sonido. Vieron el taller, lo consideraron apropiado para grabar el reportaje y se pasaron toda la mañana filmándolo.
Como tejer un asiento o respaldo cuesta, por lo menos, quince o veinte horas, me había preparado varios asientos o respaldos en distintas fases para ir haciendo saltos de uno a otro, en tres o cuatro horas, desde el inicio hasta el final. El equipo de filmación me felicitó por mi previsión.
Me pareció muy complicado, al principio, porque había que repetir varias veces los argumentos que yo les aportaba mientras tejía la rejilla. Les explicaba el mecanismo de la técnica que utilizaba, el tipo de material (la fibra es de bejuco. Se trata de una fibra de corteza de una planta tropical) y las herramientas que utilizaba para tejer la rejilla. Unas veces lo explicaba en valenciano y otras en castellano. Tenía libertad para expresarlo a mi manera. Pero había muchas veces que me solicitaban que lo hiciera de manera distinta para luego, harían el montaje y seleccionarían lo que mejor encajase con las imágenes que se iban tomando.
Quedé muy satisfecho de aquella experiencia, pero pasó el tiempo y no se pusieron en contacto conmigo. Tuve que llamarles y pedirles una copia de aquella filmación-reportaje. Les dije que lo necesitaba para ofrecerlo al Centro Ocupacional de Ribarroja y me atendieron muy bien. Me dieron el nombre de la persona que estaba al cargo de los archivos de la empresa, porque la persona que me hizo el reportaje ya no trabajaba allí, y el archivador me mandó una copia del trabajo en bruto, en formato DVD.
Este trabajo en bruto, lo conservo y, en Tele Ribarroja me han hecho una limpieza del mismo, que, unido a este relato, puede ilustrarlo junto con las fotos que aporto en el mismo.
Relato este que debe terminar citando la pequeña historia de dos mecedoras que un día me presentó la madre de una de las amigas de la cuadrilla. La señora Consuelo, me dijo que aquellas dos mecedoras las había adquirido de mis abuelos maternos, hacía muchos años cuando ellos estaban atravesando una crisis económica. Las miré y las probé y las adoré en silencio. Se balanceaban perfectamente. Su peso era pesado, sólido y, a la vez, comprobé que su balanceo era ligero. Es decir, que se notaba que la madera era muy fuerte, y sus balancines no habían sufrido desgaste alguno. ¿Era verdad que aquellas mecedoras habían pertenecido a mis abuelos? Le miré a los ojos, incrédulo y me confirmó en sus expresiones. Me decía la verdad. Las mecedoras se conservaban bien. No parecía que tuviesen polilla alguna. El mueble estaba bien conservado y me lloriquearon los ojos a verlas de nuevo. Estaban tapizadas con espuma y escay. Los asientos de rejilla se habrían roto y, en su día, habían sido substituidos por un tapizado que les quedaba feísimo. Pero ya no pertenecían a mi familia.
Cuando la señora Consuelo falleció, su hija se ofreció para vendérmelas. Me dio un vuelco el corazón y quise decirle, inmediatamente, que accedía a comprárselas. Pero me contuve y le interrogué sobre el precio. Me pidió una cantidad que me pareció muy alta. 10.000 ptas., a cada una. Aquellas mecedoras eran apetecibles, pero el precio no me pareció justo, porque tendría que dedicarles mucho tiempo para recuperarlas en su forma original. Además, no se podía apreciar el estado en que se encontrarían los marcos de los asientos.
A regañadientes me consolé, diciéndome a mi mismo que “las uvas estaban verdes”. No me podía gastar tanto dinero con ellas.
Pasó un tiempo de varios años y, un día, la hija de la señora Consuelo me volvió a provocar, diciéndome que me las daba por el precio que yo quisiese pagarle. Parecía que le molestaban porque iba a reformar la casa de su madre, para casar a su hijo. Mi alegría se desbordó de entusiasmo y pensé que aquella oportunidad no la iba a tener nunca más. Debía de aprovecharla. Me faltó el tiempo para ir a por ellas. Allí las acaricié, las contemplé y decidí abonarle, por cada una, 5.000 ptas. Era el precio que, en un principio yo había pensado que me pediría por ellas.
Las mecedoras de mis abuelos ya eran mías. Las trasladé a mi taller, les desnudé los asientos y me encontré que los marcos de los asientos estaban medio destrozados, por los afectos que habían provocado los clavos que sujetaban unos tirantes de resistencia para soportar el peso de las personas. Habían recibido centenares de chinchetas para sujetar los tapizados. Esas chinchetas eran agujeritos que, repartidos por todas partes, parecía que los habían provocado las polillas. Menos mal que no eran polillas las causantes de aquellos agujeritos diminutos. Las maderas de los marcos se habían quebrado en varios sitios, como desgarrados por su mal ajuste, al habérseles roto algunos de los tirafondos y los sustitutos habían sido enroscados al lado de los anteriores. Las mecedoras se balanceaban de forma desequilibrada.
En resumen, que aquellos marcos merecían una restauración de primera índole, como si hubiesen vuelto de la guerra. “Me dediqué a ellos en cuerpo y alma”. Los encolé, les saqué los medios tirafondos escondidos en sus alojamientos iniciales, vaciándoles de madera en sus entornos, les masillé, les taponé todos los agujeritos que las chinchetas habían dejado, les recuperé el tono de color, les pulimenté y, cuando ya los vi capaces de recibir la rejilla, les tejí el asiento y les dediqué unos besos de bienvenida.
Ahora me quedaban las dos mecedoras que habían de recibir aquellos asientos ¿“nuevos”?, ¡algo más que nuevos, revalorizados! Emocionalmente “renovados” por “mi amor volcado en ellos”. Se habían convertido en mis más valiosos asientos de rejilla restaurados por mis manos, en toda mi vida. Les había puesto las mejores fibras del mercado. El cariño con que las había tejido, sobrepasaba todos los límites de mi capacidad técnica, artística, económica y temporal. Aquellos asientos merecían unos muebles de primera y los tendrían. ¡Por mis abuelos maternos, que los tendrían!
Tomé aquellas mecedoras como el que toma un camino largo, lleno de curvas, cuesta arriba, cuesta abajo, a derecha, a izquierda… No tenía prisa. Me sobraba el tiempo y me faltaba el sueño. Les dediqué todo mi tiempo libre de que disponía. Dormido y despierto soñaba con aquellas mecedoras que mis abuelos Dolores y José habían disfrutado mientras vivieron con holgura. Sin embargo, se tuvieron que desprender de ellas, cuando más las necesitaban. Porque se habían envejecido sus cuerpos y merecían acomodarse en ellas, más que cuando eran jóvenes. Hay ocasiones en la vida que, la pobreza se acumula por todas las partes. La pobreza económica, la pobreza de fuerzas, la pobreza de ánimos.
Les rasqué todos los pulimentos que a lo largo de su vida habían recubierto su preciosa madera. Les lijé por todas partes sin miramiento de hacerles daño, ni cosquillas. La madera, con la que están hechas, lo merecía. No descansé tranquilo ningún día hasta que las vi dignas receptoras de sus correspondientes asientos.
Hoy es mi señora Carmen, la que más las utiliza. Si bien yo le acompaño en muchas ocasiones, ante esta ventana de nuestro mirador, desde donde se pueden ver las procesiones, las cabalgatas y los pasacalles de Ribarroja del Turia. Son las mecedoras que mis abuelos maternos, en su vejez, no disfrutaron meciéndose. Estoy casi seguro que varias generaciones venideras, mis hijas y mis nietos, como son testigos directos de mi vida artesanal, estas mecedoras de mis abuelos les alegrarán la vida en momentos de cansancio, como muebles de primera. Porque realmente lo son.
Las dos mecedoras de mis abuelos maternos
El Sillón de barbería que adquirí en 1958 en Paterna, sigue siendo un mueble doméstico. Pero con los años, la rejilla ha soportado más de cien años, y reparada, seguro que más de cincuenta, de uso habitual. Pero el marco del asiento, comenzó a fallar hace unos años y tuve que fortalecerlo con varios tirafondos laterales, porque estaba abriéndose, en los laterales, por los agujeros.
Así que, mi último trabajo de rejilla artesanal, ha sido renovar el asiento de mi sillón primero que adquirí para mi barbería en 1958.
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