EL PASTOR Y LOS DOS REBAÑOS
n la Masía de Montes había dos rebaños. Uno era bueno y el otro era muy malo. El Señorito Pelegrín se quejaba de que el rebaño malo le daba muchos disgustos. Siempre le estaban multando porque sus ovejas se metían en los sembrados. Además, era un rebaño que daba poca leche, en comparación con el otro buen rebaño. El tema era preocupante, porque no quedaba ahí la cosa. A lo largo del año, le daba menos de la mitad de crías que el otro.
Un rebaño así no se podía soportar. Resultaba muy caro de mantener y su rendimiento no compensaba de ninguna manera. Había que deshacerse de él, cuanto antes. Ya lo tenía estudiado y decidido. Así que un día llamó al encargado, el tío José, y le dio la orden de que buscase comprador para su rebaño malo, que le llevaba preocupado mucho tiempo.
Al tío José no le pareció bien que se vendiese el rebaño y le dijo al señorito:
-Mire Usted, señorito: El rebaño es bueno como todos los rebaños del mundo. En lugar de venderlo, lo mejor que podemos hacer es cambiarle de pastor.
-¿Cómo vamos a cambiar de pastor, si no hay pastores que quieran hacerse cargo de un rebaño que sólo crea conflictos y da poca leche y pocas crías? Sr. José, le digo yo que el mal está en que ese rebaño no es nada bueno y debemos quitárnoslo de encima.
-Yo le pido- dijo de nuevo el encargado- que me deje a mí que haga el cambio de pastor. Cambiaremos al pastor de rebaño. Así, al pastor de este rebaño malo, lo pondremos en el rebaño bueno. Déme un año de tiempo y verá como yo tengo razón en lo que pienso.
El Tío “Sucre” sabía muy bien como se comportaban los pastores. Él sabía que el pastor del rebaño bueno, se levantaba temprano, ordeñaba todos los días a todas las ovejas, sin dejarse ninguna. Además, lo hacía con mucha paciencia hasta sacarles toda la leche de las ubres. Conocía a cada una por su nombre y las mimaba, a todas, como si fuesen suyas. Estaba siempre preocupado por si alguna de ellas estaba ansiosa y de salida. Si necesitaba del macho, le facilitaba que éste la montara y la preñase.
Las trataba con disciplina, pero a la vez, las mimaba y trataba con mucho cariño. Era como un verdadero padre para todo el rebaño. Además, cuidaba de que todas comiesen en los pastos donde se podían explayar y tenía la santa paciencia de guiarlas por los lugares que pudiesen comer mucho, sin escatimar esfuerzos, por su parte. Todo el tiempo libre de que disponía, se lo pasaba en el corral, mirando si alguna oveja estaba a punto de parir, para ayudarle y cuidar que el corderito que iba a nacer lo hiciese con los cuidados de su pastor. Además, se ocupaba de que los perros le ayudasen mucho para vigilar que el rebaño no se metiese en los sembrados.
El pastor del rebaño malo, se comportaba de manera muy diferente. Era perezoso para levantarse. Consumía mucho vino durante las comidas y en cualquier momento del día. No le importaba que los perros le acompañaran o no, para ayudarle a controlar las ovejas. Muchos días se quedaban en el corral, dormidos en un rincón. Y cuando salían con el rebaño, vagabundeaban por los barrancos y las ramblas de la zona, cogiendo liebres y conejos, con lo que pasaban más tiempo de caza que haciendo de perros pastores. El pastor no les daba de comer y tenían que buscarse la vida abandonando sus deberes pastoriles.
El macho del rebaño malo, era un anarquista como su pastor. Montaba a las ovejas sin respetarlas cuando no le deseaban. La mitad de las ovejas se quedaban sin ordeñar la mayoría de los días, porque tenía que sacar el rebaño a la misma ora que lo hacía el otro pastor, habiéndose levantado más tarde. No quería que se le notase que se había dormido. Era un haragán, que no cumplía con sus obligaciones.
Transcurrido un año, el rebaño malo se había transformado en bueno y el rebaño bueno se había hecho malo. El encargado acertó en su toma de decisiones, pero el Señorito Pelegrín le pidió algo más. ¿Cómo lograr que los dos rebaños se hiciesen buenos?
El tío José le pidió unos días de reflexión y comenzó a valorar la situación desde un punto de vista “causa-efecto”.
Por de pronto, el pastor malo había tenido una crisis que le llevó a tomar el camino del alcohol como refugio. Había perdido a su mujer debido a una grave enfermedad. Se encontró tan sólo y abatido que la bebida le ayudaba a olvidar sus penas.
Ante esta situación, el tío Sucre se fijó en Maruja, la hija de la tía María la Guarda-barrera. La muchacha se había hecho moza en poco tiempo y podía ser la solución ideal para el pastor.
Entonces se preguntó: ¿Sería el pastor la solución para ja jovencita Maruja?
Visitó el paso a nivel, movió los sentimientos de la Sra. María, que se puso en contacto con el pastor y se buscaron las oportunidades para que el joven pastor, con su perro flaco al que le llamaba “Caleso” se aproximara la jovencísima Maruja. Pronto se caldeó el ambiente entre aquella joven pareja y José Sanchis, “Cacaua”, que formaba parte de la cuadrilla de recolectores de aceitunas, les compuso una bella cancioncita que decía:
Maruja porta la olleta
y el pastor el fogueret,
el Caleso les astelletes
en el seu debantalet.
El resultado de aquellos acontecimientos, se vio muy pronto. Maruja, pronto quedó en estado de buena esperanza, el pastor aborreció el vino, el perro comenzó a comer todos los días y se dedicó a cuidar del rebaño, el rebaño comenzó a dar mucha leche, aumentaron las crías de ovejitas y el guarda rural no volvió a ponerle multas al rebaño, que hasta entonces había sido “malo”.
El Señorito Pelegrín felicitó al encargado, por su acierto en el doble diagnóstico y los buenos resultados de su gestión.
FIN
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