PEPE "EL CATALÁ"


Pepe el Catalá era un hombre que vivía con su padre en Ribarroja del Turia. Eran muy pobres y vivían de la limosna que el pueblo les daba cuando visitaban, casa por casa, pidiendo para comer. Eran gente sencilla y humilde. No molestaban a nadie y todos les queríamos.
Vivían delante de la Masía del Plater, donde actualmente está el Colegio Eras Altas, entre los peñascos en forma de cascada. Allí estaban instalados en una cueva natural, formada bajo uno de ellos.
Un día, Pepe subió desde la cueva hasta las primeras casas de la calle Eras Altas y se dirigió a mi madre que estaba cosiendo al sol de la tarde con las vecinas. Estaba muy contento y se le notaba la alegría en el rostro. Al verle tan contento, mi madre le preguntó:
-¿Qué te pasa, Pepe? ¡Se te nota que estás muy contento!
-¡Tía Doloretes, ya soc el amo del bolsillet! (¡Ya soy el dueño del bolsillito!) Le dijo a mi madre.
Las mujeres se extrañaron de la noticia que Pepe les acababa de dar. No era razonable que el pobre Pepe se expresase así, siendo que ya contaba con más de cincuenta años de edad. Pero, como vivía con su padre, las interrogantes se sucedieron como si de un collar de cuentas de tratara.
¿Eso como ha sido? ¿Por qué eres el amo del bolsillito? ¿Qué se lo has robado a tu padre?
-¡No! Respondió Pepe. ¡Es que mi padre se ha muerto!
Las mujeres del barrio, con mi madre a la cabeza, corrieron la voz. ¡“El padre de Pepe el Catalá se ha muerto”!
Inmediatamente, acudieron a la cueva. Unas con ropa de sus maridos, para amortajarle, otras con agua y jabón para lavarlo, otras con escoba para asear la cueva y otras para avisar a las autoridades que se pusieron en marcha. Todas las personas que tenían algo que ver con la legalidad, las normas de higiene y dignidad social, se hicieron responsables del cadáver.
En un carro, bajaron del cementerio un ataúd que había colocado sobre unos palos salientes en un pilar a la entrada del cementerio, lo amortajaron y se celebró el entierro “como Dios manda”. El ataúd se volvió a colocar en su sitio, esperanto serle útil a otro pobre muerto.
Pepe “el Catalá” siguió viviendo en su cueva, pero su situación no era muy digna para un pueblo como Ribarroja del Turia. Había que hacer algo. Pero ese algo no era aceptado por nuestro protagonista. Ahora que era autónomo y podía desenvolverse por su cuenta, ¿quiénes eran los demás para dirigir su vida?
Era lo suficientemente mayor para tomar sus propias decisiones. No había derecho a que le quitasen su propia libertad. Pepe tampoco tenía carácter para revelarse en contra de un pueblo que lo quería y respetaba. Tampoco su pueblo le forzó para nada y él siguió pidiendo limosna por las casas del pueblo y siguió viviendo en su cueva, libre y dueño de su bolsillo, que nunca pasó de albergar unas moneditas que las mujeres le daban para que pudiese satisfacer sus pequeños caprichitos, que no eran muchos. Pepe era un hombre que no tenía vicios conocidos. No fumaba ni bebía alcohol, pasaba de cometer excesos que pudiesen molestar a los habitantes de Ribarroja. En definitiva, se hacía querer.
Pero, lo que tenía que llegar, llegó. Pepe cayó enfermo. Como sus vecinas velaban por su salud y bien estar, llamaron al médico y el médico llamó al practicante. Las personas de Cáritas Parroquial, se hicieron cargo de su nueva situación. Le atendieron en sus necesidades básicas, pero lo más importante para Pepe el “Catalá” era un sitio digno para su persona, cosa que merecía como todo buen vecino de Ribarroja.
El Asilo del Remedio, de Liria, se hizo cargo de Pepe. Le dieron cobijo, le cuidaron durante muchos años. Mientras vivió, todos los años nos visitaba acompañado por un par de monjas a pedir limosna. Las personas que lo conocíamos le saludábamos y alargábamos nuestras manos, recibiéndoles y ayudándoles para que siguieran cuidando a nuestros pobres.
Pepe “el Catalá”, siempre iba vestido de traje y corbata. Nunca dejó de ir dignamente presentable, por las calles de Ribarroja. Nos quiso y le quisimos. Recordarle, es para los ribarrojenses una alegría que nos satisface. Que Dios lo tenga en su Gloria, a él y a su padre también.
FIN

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