IDA Y VUELTA A BARCELONA
Cuando se casó mi hermano el mayor, lo hizo en Barcelona. Para desplazarnos ese fin de semana, alquiló mi madre dos furgonetas. La de Juan “el Valent” y la de Enrique Conejeros, mi padrino de pila, que la acababa de estrenar unos días antes. Los dos les dijeron a mis padres que cabían nueve en cada furgoneta. Así que, en mi casa formamos diez y seis. Hubo dos amistades de fuera de la familia que se apuntaron a venir con nosotros, ocupando las dos plazas sobrantes porque tenían familiares en Barcelona y aprovechaban nuestro viaje de ida y vuelta, en el día, para visitarles.
A la hora de salir, camino de Barcelona, sábado por la tarde, no cabíamos todos. Sobraban dos personas. No habían tenido en cuenta, que los dos conductores ocupaban plaza. Que los nueve de cada una incluían al conductor y dueño de la furgoneta.
Carmen, mi mujer, iba a “regañadientes”. Se resistía a dejarse nuestra hija en manos de su hermana, porque consideraba más importante ejercer de madre que el de invitada a la boda de su cuñado. La tía “Escolana”, tía de Carmen, era la madrina de pila de mi hermano, el novio. Ante el problema de sobrecarga, decidieron las dos, quedarse en tierra. Carmen se quedó con nuestra hija y su tía se alegró de poderse liberar de tener que cumplir con el compromiso. En pocas palabras: les satisfizo el contratiempo.
Sin embargo, a mi madre le pareció injusto que dos personas de la familia, que tenían la obligación moral de asistir a la boda de su hijo mayor, se quedasen en casa, mientras dos personas que no eran de la familia y que se habían adherido al viaje, porque en un principio se pensó que había dos plazas vacantes, ocupaban plaza en el viaje. Pero no dijo nada, ni nadie de la familia protestó por ello.
Personalmente a mí, me pareció bien que mi mujer se quedase con nuestra hija, porque así lo deseaba ella. Mi hermano podía casarse sin la presencia de su cuñada, pero mi hija, recién nacida, necesitaba de la presencia de su madre.
Salimos de Ribarroja hacia Barcelona y, al llegar al Collado, unos kilómetros después de Amposta, la furgoneta de mi padrino, el tío Enrique Conejeros, comenzó a romperse por dentro. Unos ruidos de hierros que se partían asustó al chofer y a todos los viajantes. Nos temíamos que iba a explotar.
Acabábamos de cruzar el puente de un barranco y comenzado a subir una cuesta con una curva a la derecha. En medio de la curva, el chofer paró la furgoneta y se apeó. Todos asustados nos bajamos de ella y nos tuvimos que arrimar a la cuneta de la carretera, porque el tráfico de vehículos de todas clases, incluidos camiones, era abundante.
Con el susto encima, mi padrino sacó una linterna que llevaba en la guantera, me la entregó y me dio órdenes de dirigir el tráfico, con la luz de la linterna, como Dios me diese a entender. Mientras tanto, arrancó varios matorrales y los depositó en dos montones sobre la carretera antes de la curva y después de la curva, para alertar al tráfico de que algún peligro había. Dejó la furgoneta junto a la cuneta lo más arrimada posible y, junto con mi padre, hicieron autostop y regresaron a Amposta.
Durante más de dos horas, me dediqué a controlar a los muchos vehículos que circularon por la zona donde estaba la furgoneta averiada. El hecho de que varias personas me acompañaban, ponía en alerta a los conductores, además de los dos montones de ramajes depositados en la calzada. No hubo ningún hecho que lamentar en ese tiempo. Me mantuve sereno y salvé de posibles accidentes, al inmenso tráfico, en una curva tan peligrosa como la del Collado en el otoño de 1966.
Mi padre y Conejeros regresaron con una furgoneta alquilada, y con ella nos trasladamos a Barcelona, para llegar a tiempo a la boda de mi hermano. El Tío Conejeros se quedó con su furgoneta averiada y, antes de la hora de la comida, ya estaba con nosotros. Nos dijo que al dejarle sólo, se decidió a poner en marcha la furgoneta y le arrancó. En vista de que podía circular como si nada hubiese ocurrido, continuó el viaje, en solitario hacia Barcelona. Su primera intención era sacar del peligro su vehículo, trasladándolo a un lugar donde poder sacarlo de la carretera. Al comprobar que si no forzaba la furgoneta, ésta podía seguir circulando sin que el piloto de peligro se encendiese, se animó a continuar hasta llegar a su destino, donde se celebraba el convite de boda.
Eso sí, buscando previamente, un mecánico que le localizase la avería y la reparase si era posible. No era fácil encontrar uno, domingo por la mañana. Pero los vecinos de un taller, le indicaron dónde vivía el mecánico y éste se compadeció de Conejeros y le solucionó el problema mientras él acudía al convite.
Una vez terminamos de comer, esperamos a que recogiese la furgoneta del taller, ya resuelto el problema, regresamos todos a Valencia, como si nada hubiese ocurrido, y a la hora prevista. Los gastos del viaje se incrementaron pero, como dice la voz popular, “el dinero va y viene”.
EPÍLOGO
Al día siguiente, lunes, la furgoneta de Juan, “El Valent”, transportó gente a la REVA para trabajar, como de costumbre. Por la tarde, de regreso con la furgoneta llena de gente, en la cuesta del cementerio de Ribarroja, se salió de la carretera, se metió en un campo de oliveras llanamente, sin que tuviese que lamentar percance alguno. A la furgoneta del “Valente”, se le había roto la dirección. Unos metros más abajo está el barranco.
Al enterarme de lo ocurrido, me acordé del día anterior, cuando viajamos de Barcelona. Juan circulaba delante de Conejeros, a la ida, y se adelantó muchos kilómetros, porque Conejeros era novato en la conducción y, además, su furgoneta requería “velocidad de rodaje”. Por lo tanto Juan,”El Valent” no se enteró de nuestra avería. Sin embargo, al regresar, como lo hacíamos por las costas de Garraf, la gran cantidad de curvas y de vehículos que circulaban en dirección contraria, impedían a Juan adelantar a los vehículos que llevaba delante. Nosotros, desde la furgoneta de Conejeros, veíamos cómo hacía sus balanceos intentando adelantar en cada momento que él consideraba poder aprovechar la oportunidad. En todo en trayecto de las Costas de Garraf, no logró adelantar a ningún vehículo.
Me imaginé que con los balanceos que hacía en las Costas de Garraf, pudo habérsele roto la dirección y lanzarse al mar con la mitad de mi familia.
La furgoneta de mi padrino Enrique Conejeros, ¿por qué se averió de manera tan ruidosa, siendo que era casi nueva?
Nos contó que la avería había sido muy leve. Sencillamente, se le había roto el eje del ventilador que refrigera el agua del radiador. ¿Por qué?
Como habitualmente suele ocurrir, cualquier campesino o gente sencilla y humilde que se encuentra un trozo de cordel o hilo de alambre, lo normal es que lo guarde para solucionar cualquier problema que se le presente. En este caso, el tío Enrique, se había encontrado un trozo de hilo de la luz y lo había guardado en la bandeja, junto al volante de la furgoneta. Este hilo se había deslizado por el hueco del eje de la dirección y se había enredado en el eje del ventilador de refrigeración. En un momento dado y cuando circulábamos por el Collado de Amposta, se agarrotó, rompiéndose.
FIN
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